Varietés artísticas

Varietés artísticas IV: clones Da Vinci

Por Manuel Márquez - 7 de Junio, 2006, 18:05, Categoría: Varietés artísticas

Amigos lectores, lo siento. Después de varios meses durante los cuales he tenido la ocasión de compartir con ustedes numerosas disquisiciones, disgresiones y divagaciones acerca de los más variados temas (bueno, no tan variados, a qué engañarnos...), ha llegado la hora de decir adiós, y no por mi mera y simple voluntad, sino por motivos poderosísimos que, a buen seguro, ustedes entenderán con facilidad una vez se los explique.

He recibido una muy sustanciosa oferta (cifrada en un cheque bancario con numerosos ceros tras su dígito mágico...) de una conocidísima editorial (cuyo nombre no puedo desvelar, por obvios motivos de confidencialidad) que, tras descubrir mis habilidades "escritureras" gracias a este blog, me ha pedido que les escriba, en un plazo no superior a tres meses (y con unas penalizaciones por retraso brutales –el tiempo apremia, y nunca se sabe cuánto van a durar fiebres de este tipo y calibre-), una novela de entre 500 y 600 páginas en cuya trama aparezcan, alternativa o acumulativamente (mejor esta segunda opción, por supuesto...), los templarios, Wall Street, Jesucristo, los mormones de Utah, la Sabana Santa, el Deustsche Bank (o, en su defecto, Endesa y Gas Natural, con un par de consejeros delegados albinos), María Magdalena, un par de lores (a ser posible, británicos, visten más...), los cátaros, los merovingios, un Grial (da igual si es santo o no, lo importante es que sea grial, eso sí...) y cualquier otra cosa que se me pueda ocurrir para despistar.

Me advierten claramente que no me hacen esa oferta en base a la calidad de lo que escribo (incluso, me indican expresamente que mi estilo no pasa de ser "poco más que mediocre"), sino, lisa y llanamente, en base a la urgente necesidad que tienen de seguir colocando en las librerías más "clones Da Vinci", a la vista de que el mercado no da la más mínima muestra de agotamiento y sigue devorando con ímpetus irrefrenables todo aquello que se coloca en una balda y exhala el más mínimo aroma mistérico-conspiranoico. En fin...

Como bien habrán podido imaginar, todo lo que les cuento en los párrafos anteriores es eso, un cuento, que, además, ni siquiera es chino; pero les puedo asegurar que si circunstancia idéntica o parecida llegara a producirse, tampoco me sorprendería en exceso: es tal el furor con el que el mercado editorial se ha arrojado al lanzamiento masivo e indiscriminado de productos de este corte, que tengo la vaga sospecha (obviamente, no voy a hacer comprobaciones exactas al respecto) de que si decidiera reservar el resto de mi "vida lectora" única y exclusivamente a la degustación de todos los títulos de ese tenor que se han publicado en el último año y medio, la misma se agotaría sin que me hubiera dado tiempo a deglutir ni un mínimo porcentaje de éstos, tal es su número y volumen (que ésa es otra cuestión: ¿nadie puede hacer "clones Da Vinci" de menos de 500 páginas...?). Y está claro que alimentar las calderas con suficiente combustible, requiere el esfuerzo de una cantidad tal de mano de obra, que no sé yo si con la nómina habitual de "operarios" se puede atender tan descomunal demanda.

También está claro que el fenómeno no es nuevo (lo que, probablemente, sí resulte un elemento novedoso es el de sus dimensiones: signo de los tiempos, no más...) ni difícil de comprender: las lógicas de mercado pueden gustar más, pueden gustar menos, pero los mecanismos para su comprensión son de la complejidad del de un chupete. El tema está de moda, vende, y todo producto (o casi) cuyas señas de identidad lo acerquen a tal etiqueta, corre idéntica suerte: éxito inmediato, ventas masivas y beneficios garantizados. También saben todas las partes implicadas en el fenómeno que éste no será eterno: algún día acabará, llegarán otros temas, otras tendencias, otras modas, y la parafernalia místico-esotérica basada en teorías cuyas posibilidades de probanza histórica son tan elevadas como la trayectoria del Real Madrid en estos tres últimos años, cederá el paso a otro invento diferente.

Mientras tanto, aguantaremos el chaparrón (no es difícil: la oferta editorial es tan amplia que la proliferación "davincesca", aun con toda su virulencia, es incapaz de agotar todas sus potencialidades), y esperaremos que esa oferta soñada, la de ahí arriba, termine aporreando nuestra puerta. ¿Y, entonces, el blog? Al blog, que le dén; yo, de mayor, quiero ser Dan Brown....

Varietés artísticas III: Bono, Madonna o la perversión de las etiquetas

Por Manuel Márquez - 24 de Mayo, 2006, 17:50, Categoría: Varietés artísticas

Vienen a coincidir en estas últimas fechas informaciones variadas acerca de dos megaestrellas del mundo del pop-rock internacional, como son Bono y Madonna, y sobre cuyos detalles, dado que han sido suficientemente difundidos en, prácticamente, todos los medios, me abstendré de entrar. Y tampoco se trata de una circunstancia extraña, ni extraordinaria, sino, más bien al contrario, de la más común de las monedas.

Grandes estrellas omnipresentes, de manera permanente, en los medios de comunicación más señalados, Bono y Madonna generan, de manera torrencial, toneladas de información que, si por algo fundamental se caracteriza, es porque siempre viene a redundar en una cierta "imagen de marca" que impregna a uno y a otra. En el caso de Bono, la del artista solidario y comprometido; en el de Madonna, la de la estrella escandalosa y provocadora. Se trata, evidentemente, de etiquetas, y, como tales, obedecen a una mezcla de realidad y ficción, certeza y falsedad, que, eso sí, genera inequívocamente un beneficio para su portador (o portadora): punto en el que radica el auténtico quid del asunto, como bien pueden comprender mis amigos lectores.

De todos modos, no cabe confundir un caso con otro, aun cuando existan coincidencias obvias entre ambos, ya que también existen diferencias sustanciales: mientras que en el caso de Bono (y, ojo, que se trata de un artista por el que no guardo una especial simpatía personal, aunque tampoco le tenga mayor animadversión), creo que nos encontramos ante una relación simbiótica entre el personaje público y las causas a las que, al menos aparentemente, sirve (y de las que, a su vez, se sirve para alimentar esa imagen de hombre comprometido y concienciado con los grandes problemas de la humanidad, que tan buenos réditos le proporciona en su traducción a venta de discos), en el caso de Madonna no parece haber causa más consistente y verificable que la del engradecimiento de su (ya bastante voluminosa, supongo) cuenta corriente.

Son planteamientos, enfoques, que, personalmente, no me gustan, en la medida en que implican la proyección de aspectos personales sobre la valoración artística de estos personajes, pero me temo que, en este mundo globalizado y sometido al imperio del estereotipo y de la imagen convenientemente cultivada, es difícil escapar a ellos. E, insisto una vez más, siempre que hay tener muy claroque se trata de supuestos que, desde situaciones de partida bastantes similares, también presentan diferencias de fondo.

En el caso de Bono, recuerdo que durante mis (bastantes) años como militante (bastante) activo de Amnistía Internacional, siempre renegué, incluso jurando en arameo, de las actitudes –en algunos casos, tan falsas como una moneda de chocolate...- de estos artistas que, como él, contribuían a prestar su imagen pública a la difusión de las actividades y fines de la organización, pero jamás dejé de reconocer, desde un mínimo de realismo y sensatez, lo positivas que resultaban para la obtención de más apoyos, tanto personales como económicos; o sea, que su eficacia estaba más que demostrada, y poco cabía objetar al respecto. Por otro lado, y a la hora de hacer una valoración positiva, aunque sólo sea en parte, y en contra de los gustos personales, tampoco podemos olvidar otras dos circunstancias fundamentales: se trata de un apoyo que, sin proyección pública, pierde la práctica totalidad de su potencial (con lo cual su prestación callada y anónima, aun cuando sería algo moralmente muy estimable, no tendría la efectividad antes apuntada); y, además, no podemos olvidar que existe una infinidad de artistas que, en similar circunstancia, y pudiendo prestarlo igualmente, prefieren reservar sus alardes para otras causas más personales.

Como, por ejemplo, Madonna. Esta señora tuvo muy claro, desde los inicios de su carrera, que lo de cultivar megalómanamente una imagen de transgresión, rebeldía y provocación le reportaría pingües y prolongados beneficios: visto lo visto, no cabe más que reconcer que, ciertamente, no se equivocó. Eso sí, también se habría de tener igual de claro que, más allá de escándalos de pacotilla y polémicas artificialmente engordadas y alimentadas por la multinacional discográfica de turno, Madonna Louise Ciccone transgrede poco y se rebela menos aún; al menos, este humilde escribiente carece de constancia alguna de la existencia de algún elemento del orden social establecido que haya visto peligrar seriamente los pilares en que se soporta por mor de las obras (y gracias) de la ínclita artista. Colocarse sobre los pechos unos conos afilados, diseño Gaultier, y un par de crucifijos, no rompe ninguna regla sacra; ni marcarse unos bailecitos procaces con una docena de tíos cachas en videoclips que más parecen destinados a pajilleros irredentos que a seguidores habituales de la música pop, empuja a nadie a las barricadas contra la moral sexual convencional. Ahora parece que, con su nuevo espectáculo, la emprende contra los políticos más destacados del nuevo orden mundial (Bush y Blair, fundamentalmente). Todos tranquilos, la sangre no llegará ni al 10 de Downing Street, ni a la Casa Blanca, ni al río, ni a ningún sitio. Las cosas de esta chica...

Algo sí que les puedo asegurar, amigos lectores, más allá del juicio de valor que personajes como Bono, Madonna y unas cuantas docenas más de ralea similar me puedan merecer: los solidarios, los justos, los rebeldes y los transgresores están en otros sitios, porque las luchas que ellos libran tienen lugar muy lejos de los oropeles, los fastos y los escenarios en los que aquellos se suelen mover. En serio...

Varietés artísticas II: Pasión Vega

Por Manuel Márquez - 12 de Mayo, 2006, 20:46, Categoría: Varietés artísticas

Canal Sur TV emite, las noches de los lunes, un magazine de entretenimiento –formato estándar, modalidad "nuevos tiempos": entrevistas, actuaciones musicales, gags de humor, galería de friquis- conducido por la simpar María Jiménez y con todos sus elementos –estructura, decorados, tono...- teñidos de un puntito que podría llegar a parecer singular, y hasta original, si no fuera porque están descaradamente copiados de los del programa de Jesús Quintero –antes, Los ratones coloraos, en esta misma cadena; actualmente, El loco de la colina, en la Primera de TVE-, hasta un punto tal en que abrigo serias dudas acerca de si la productora del programa abonará, o no, a la del de Quintero los royalties correspondientes (supongo que sí).

Se trata de un programa -Bienaventurados es su título- que, en general, no me despierta mayor interés, con lo cual no suelo prestarle demasiada atención, pero el pasado lunes no pude evitar dedicarle unos minutos, a partir del momento en que descubrí, allí, detrás de un piano, a la poseedora de la que, probablemente, sea la mejor voz femenina del panorama de la música popular española: Pasión Vega, una malagueña risueña y sencilla, lejos de la pose afectada y los delirios de grandeza que suelen aquejar a sus compañeras de gremio, y que, con sólo unas pinceladas, ráfagas fragmentarias de temas de leyenda, consiguió, una vez más, deleitarme y dejarme extasiadito ante la pequeña pantalla.

¿Por qué Pasión Vega, con esas dotes vocales extraordinarias y esa personalidad tan encantadora, no rompe como la gran estrella que, indudablemente, debería ser desde hace ya tiempo? Más allá de lo que se puede atribuir sobre ello a las veleidades de ese mundillo tan incierto (y puñetero) en el que se mueve, en el que siempre es difícil pronosticar éxitos y fracasos en atención a criterios de lógica artística, sí que hay una circunstancia cierta, y es la de que estamos ante una artista que sufre un grave "desajuste de mercado". Y me explico.

La voz de Pasión Vega es de un timbre y tesitura que se adaptan perfectamente a un género como la copla; ése es el registro en el que alcanza su máxima brillantez y esplendor, una profundidad y elegancia totalmente sin parangón en el escalafón actual del género, y que nos remite a voces legendarias de artistas ya desaparecidas, encabezadas por la inmortal Concha Piquer. Y la copla, hoy día, amigos lectores, a pesar del empeño que, en la década de los 80" del pasado siglo, puso cierto sector más o menos intelectualoide por reivindicarla, airearla y elevarla a los altares (baste recordar las devociones almodovarianas sobre el particular), no atraviesa, desde luego, sus mejores momentos.

Como consecuencia de lo anterior, y a fin de sobrevivir en el mercado musical, nuestra artista se ve en la perspectiva de tener que adentrarse en géneros musicales más cercanos a la música ligera, aun con ciertos aires de canción de autor, en los que su brillantez vocal queda muy difuminada. Y ahí, en esa "liga", en la que el número de contendientes es mucho más numeroso, y las figuras más destacadas suelen moverse en otros registros (no sólo vocales, sino, fundamentalmente, de imagen pública), Pasión Vega no pasa de andar por la mitad de la tabla: competir con La oreja de Van Gogh, o con los innumerables "triunfitos" que pueblan las listas de éxitos musicales de nuestro país, no debe resultar muy cómodo para una chica que anda muy lejos, lejísimos, de gastar poses escandalosas, pasecitos de modelos o filigranas de ese tenor.

Una pena: a mí me encantaría que Pasión Vega pudiera triunfar por todo lo alto cantando excelsamente esas coplas maravillosas que forman parte del acervo más rico de la música popular de nuestro país; porque creo que se lo merece ella, y se lo merecen los amantes del género (yo no quisiera contarme entre ellos: a mí la copla me gusta, pero tampoco excesivamente). A falta de ello, disfrutémosla con aquello que se nos ofrece, y esperemos ocasiones más propicias. Tendrían que llegar...

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