Cine: Los jueves, ... (críticas)

Los jueves, cine: Desaparecido (Missing; U.S.A., 1982)

Por Manuel Márquez - 21 de Septiembre, 2006, 19:14, Categoría: Cine: Los jueves, ... (críticas)

Hay cineastas (autores, en general) a los cuales su adscripción a una línea genérica o temática determinadas les termina endosando, más que una etiqueta, una auténtica losa; losa bajo la cual quedan sepultadas apreciaciones mucho más sutiles, diversas y enriquecedoras que las que cabe despachar con la tramitación del (cómodo) expediente que siempre supone el acudir a la etiqueta en cuestión, y, con ella, despachar el asunto de un plumazo.

¿Costa Gavras? Cine político. ¿DesaparecidoMissing; U.S.A., 1982-? Un buen film político.

Craso error. Y una auténtica lástima. Desaparecido, sin dejar de ser cine político, que lo es, y, además, de manera inequívoca, desde el punto y hora en que tanto su trama central -basada en el caso de la desaparición de un ciudadano estadounidense durante las primeras horas del golpe de estado de Pinochet en Chile contra el gobierno legítimo de Salvador Allende, en aquel aciago 11 de setiembre de 1973, y su búsqueda por parte de sus familiares más cercanos (su compañera sentimental y su padre) con la colaboración (ejem...) de la embajada de su país- como las diversas lecturas que, a partir de la misma, cabe extraer, tienen esa naturaleza, es algo más, mucho más que eso. Desaparecido es una de las películas más estremecedoras, uno de los dramas más intensos, que el cine haya podido dar a lo largo de toda su historia, además de uno de los retratos más descorazonadores que de la condición social del hombre, y del entramado sobre el que la misma se articula, haya podido hacer jamás cineasta alguno. Ni más, ni menos.

No es Costa Gavras el único que, al mismo tiempo que nos asesta un puñetazo en la mismísima boca del estómago de los que tumban al suelo y hacen que cueste mucho levantarse, nos hace un regalo de muchísimos quilates con su película. Al frente de su elenco, Jack Lemmon, en uno de sus papeles postreros, hace un trabajo soberbio, derrochando toda la sabiduría acumulada a lo largo de sus muchos y muy fructíferos años de carrera y demostrando que no sólo ha sido uno de los mejores comediantes de todos los tiempos, sino un actor, así, sin apellidos de género, grande, enorme: la evolución de la actitud de su personaje, desde el estupor del americanito medio acomodado, escéptico y receloso, a la convicción asqueada de un San Pablo que ha terminado cayendo del caballo a fuerza de que un grupo de desalmados se empeñe en atentar contra un mínimo de su inteligencia, y cómo consigue dotarla de credibilidad y, sobre todo, transmitirnos su dolor, constituyen, sin duda alguna, un ejercicio grandioso de interpretación. Y a su lado, dándole réplica, si no a su misma altura, sí al menos dignamente, una encomiable Sissy Spaceck: su trabajo no es, ni mucho menos, de poco nivel (le mereció, al igual que a su compañero, una nominación al Oscar a la mejor actriz; ni uno ni lo otro consiguieron, relegados por otros dos grandes, como Ben Kingsley y Meryl Streep, respectivamente), pero resulta difícil no palidecer bajo el fulgor de una prestación tan, tan brillante como la que Jack Lemmon ofrece a lo largo de todo el metraje.

Costa-Gavras no dejó, ni ha dejado a día de hoy, de dirigir con regularidad después de Desaparecido: hasta once películas posteriores (dos de ellas, de autoría colectiva) llevan su firma, y, en todas ellas, se mantiene constante su vocación de denuncia, su contenido marcadamente político y, sobre todo, su voluntad de no esconderse, de no dejar de decir, bien alto y bien claro, que, pese a quien pese –habrá a quien guste, y habrá a quien no-, él sí se posiciona. Y sigue estando en el mismo sitio. Desgraciadamente, ellos –esos a quienes tan rotunda y descarnadamente desenmascara en Desaparecido-, también. Y siempre habrá quien no quiera verlo: es legítimo, está en su derecho; todos, en un momento dado, pese al empeño de gente como Costa-Gavras, miramos para otro lado. Pero, después de ver películas como ésta, ya no podremos decir jamás que no sabíamos: la mirada es libre, ver o no ver depende de la voluntad de cada cual; la ignorancia, cuando has visto, ya no lo es, porque ya no existe....

Los jueves, cine: Princesas (España, 2005)

Por Manuel Márquez - 13 de Julio, 2006, 21:39, Categoría: Cine: Los jueves, ... (críticas)

Si por algo se ha venido caracterizando,a lo largo de toda su carrera, el cine de Fernando León de Aranoa, cuya obra ha alcanzado ya a estas alturas una relevancia bastante superior a la que cabría esperar de su aún no muy elevado volumen, es por su sutil, y a la vez profunda, capacidad para retratar, desde historias intensamente personales e individuales, el alma y la esencia de ciertos colectivos a los que los protagonistas de esas historias pertenecen. En ese aspecto, Princesas  constituye una muestra más, y a un idéntico excelente nivel, de esa facultad que el director había desarrollado de manera excelente tanto en Barrio como en Los lunes al sol (y no tanto en su opera prima, Familia, film de un corte temático bastante distinto).

Las Princesas de Fernando León, Caye y Zule (fabulosamente interpretadas por una increíble Candela Peña, con un cuajo y una madurez impensables, pese a su tremenda calidad, para una actriz con su corto historial, y una no menos impresionante Micaela Nevárez, debutante en estas lides con un trabajo por el que obtuvo el merecedísimo reconocimiento del Goya a la mejor actriz revelación), son dos prostitutas, y, como tales, se mueven, cada una a su modo y manera, en un "entorno profesional" con una problemática social, económica y familiar muy específicas (y que el director sabe reflejar, a modo de "atrezzo temático", con su peculiar maestría: sin pontificar; sin pretensiones documentalistas; sin cargar las tintas sobre los aspectos más sórdidos, que no rehúye, pero que tampoco subraya; con una mirada, en suma, amable, pero no ingenua), pero, por encima de eso, son personas, con sus miedos, sus incertidumbres, sus inseguridades, y, sobre todo, sus necesidades (de ternura, de comprensión, de respeto). Son éstas últimas, decantación de todo lo anterior, las que empujan a ambas a encontrarse, a trabar relación y a desarrollar algo que no sabemos si se puede llamar amistad, pero que, en caso de no serlo, se le debe parecer bastante. En cualquier caso, estamos ante una hermosa historia de afectos mutuos entre dos almas desorientadas y con dificultades serias para encontrar el lugar que realmente desean ocupar en el mundo.

No creo en el cine (ni en el arte) necesario, pero sí que creo que hay películas más "convenientes" que otras –por sus valores estéticos, técnicos o humanos-. Princesas es, sin duda alguna, una película muy conveniente, y, desde esa perspectiva, se la he de recomendar a todo aquel que pueda estar interesado en acercarse a un pedazo de celuloide vivo, palpitante, sentido, y, no por ello, menos completo o satisfactorio desde la perspectiva lúdica a que un espectáculo como el cine también puede atender. Una excelente propuesta para conocerlas mejor, a ellas, y conocernos mejor, a nosotros.

Los jueves, cine: Kill Bill vol. 1 (U.S.A., 2003)

Por Manuel Márquez - 11 de Mayo, 2006, 21:35, Categoría: Cine: Los jueves, ... (críticas)

La ignorancia nunca puede ser esgrimida como una virtud, pero, en ocasiones –sólo en ocasiones, ojo-, hay que reconocer que constituye una ventaja. He de confesar que soy un auténtico ignorante acerca de esos mundos del cómic de acción japonés (lo soy igualmente acerca de varios millones de mundos más, pero permítanme que, por hoy, me ciña a éstos...) en los que Quentin Tarantino parece encontrar su pasto y alimento espiritual más frecuente y abundante, lo cual hace que mi acercamiento a Kill Bill volumen 1 se lleve a cabo con la carencia de cualquier referente, por mínimo que sea -digamos que su visionado es como el que puede hacer un peque de pañales ante su primera experiencia disneyiana: puro y presto al asombro-. ¿Consecuencia inmediata? Privado de la no siempre grata tarea de buscar guiños cinéfilos, homenajes reverenciales y ejercicios de estilo, me puedo dedicar a eso que, en muchas ocasiones, presa de cierto frenesí escrutador malamente justificable, no suelo hacer, y que es algo tan simple (y delicioso) como ver una película de cine.

La de Tarantino, por lo demás, se ofrece de manera magnífica a tal empeño, porque ofrece un aluvión pirotécnico de imágenes que incluso para alguien que, como es mi caso, no puede calificarse como un gran amante del cine de acción, resulta auténticamente deslumbrante. Brillantez compositiva, ritmo frenético –y, aún así, perfectamente ajustado al entramado narrativo del film-, disposición adecuada de los elementos formales y/o accesorios –músicas, vestuarios, peinados, decorados y efectos especiales perfectamente diseñados y ejecutados en función de la imaginería visual a la que sirven-, un elenco (muy en especial, en lo que se refiere a su flanco femenino) de un atractivo tremendo –con especial mención para una Uma Thurman que auna el glamour de una belleza estelar con unas hechuras de heroína de acción (sobre las cuales no había precedente alguno que permitiera adivinarlo) de manera admirable-; es fácil que a uno se le agoten los calificativos elogiosos y las apreciaciones positivas cuando se pone a la tarea de plasmar negro sobre blanco su opinión sobre la propuesta del controvertido director estadounidense, más aún si las mismas están recogidas "en caliente", aún bajo los efectos narcotizantes y electrizantes a la vez, valga la paradoja, de ese torrente de celuloide hirviente.

Pero, como decía la canción, y aunque no nos vayamos haciendo viejos, el tiempo pasa, y, con él, esos primeros (y, a veces, fugaces) efectos, de forma que esa impresión inicial va cediendo el paso a una apreciación más serena, más reposada, que se fundamenta, mayormente, en un proceso de masticación y reflexión de eso que hemos digerido en un momento previo. Y, en el caso de esta entrega tarantiniana, con resultados no tan satisfactorios como los que ofreciera esa primera impresión: se evidencia que el poso que tan espectacular ejercicio nos termina dejando no tiene mucho recorrido más allá de las retinas que tan impresionadas han quedado con su despliegue. No se trata de que uno no encuentra la más mínima profundidad de mensaje –posiblemente, el autor no la buscaba, pero este espectador, se lo puedo asegurar, tampoco: el de bucear en las pantallas a la búsqueda del sentido último de la existencia no se cuenta entre mis deportes favoritos, aunque, a veces, incurra en la fatuidad de practicarlo-, o de que la historia se presenta tremendamente deshilachada, con un sinfín de puntos desabrochados por los que se pierde la continuidad y la coherencia de la trama, carente de explicaciones para muchas de las dudas que se nos suscitan conforme la misma se va desarrollando –supongo que ésa es una falla que se soluciona (y supongo porque aún no he tenido ocasión de verla) en la segunda entrega de la saga-. No, no es eso, o no es sólo eso, sino que se trata de algo más intangible, más difícil de definir: una cierta sensación de vacío, de que lo que uno ha visto es un impresionante trampantojo tras el cual sólo hay palitroques de un armazón muy poco consistente. Es mi impresión, vaya...

En fin, como habrán podido comprobar los que hasta aquí hayan llegado (les felicito: no deja de tener su mérito –o de ser una demostración inmerecida de cariño personal-), en esta reseña no se han encontrado con un aluvión de referencias relativas a los precedentes, antecedentes y fuentes del producto reseñado: numerosos (y excelentes, algunos de ellos) son los artículos que podrán encontrar en la red que, dedicados a glosar este film, contienen volúmenes enciclópedicos de información de ese tenor. Me limitaré, para cerrar, a decirles que, aun con esas limitaciones apuntadas, Kill Bill volumen 1 me parece una excelente propuesta de lo que es: cine de entretenimiento, puro y duro cine de entretenimiento de una magnífica factura técnica. En los tiempos que corren, no es poco, amigos lectores, no es poco...

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