Cine: Grageas de ...

Grageas de cine XXVI: a propósito de... Viggo Mortensen y Gimlet

Por Manuel Márquez - 29 de Octubre, 2006, 20:34, Categoría: Cine: Grageas de ...

Aunque el enorme revuelo generado a raíz de Alatriste –ya palpable y evidente desde que se iniciara su rodaje, pero más agudo aún, si cabe, a partir de la fecha de su estreno-, puede hacer pensar que ésta constituía la primera experiencia de su protagonista, Viggo Mortensen, en el cine español, no es así, ni muchísimo menos. Hace la friolera de once años que el bueno de Viggo tuvo ocasión de protagonizar una película española: Gimlet, de José Luis Acosta.

Gimlet –de la que tengo un recuerdo algo difuso: lógico, si se tiene en cuenta que la ví hace bastantes años, con motivo de un pase televisivo en La 2, de RTVE- era, es, una suerte de film noir, con una atmósfera bastante turbia y misteriosa, que constituyó el espléndido debú en la dirección de su realizador, el que hasta aquel entonces era un joven y exitoso guionista televisivo, José Luis Acosta (un hombre afable y sencillo, al que tuve la ocasión de conocer personalmente pocos años después del estreno de su opera prima), y que unió como pareja protagonista a una estrella consolidada, como Ángela Molina, y un, en ese momento, prácticamente desconocido actor norteamericano de mirada enigmática y expresión difícilmente definible, que, desde luego, encajaba como anillo al dedo en el papel y la trama de un film totalmente a contracorriente de lo que el cine español venía ofreciendo por aquellas fechas, y que, con algo más de fortuna (y una promoción más potente, todo hay que decirlo), hubiera podido llegar a convertirse, fácilmente, en una auténtica pieza de culto.

Circunstancias del cine (y de la vida, que, para el caso, vienen a resultar similares...); mientras que José Luis Acosta –que sigue siendo un reputadísimo y cotizadísimo guionista televisivo-, sólo dirigió una película más, tras Gimlet (un film situado en las antípodas de éste, No dejaré que no me quieras, una comedia romántica, coral y ligera, de resultados, seamos sinceros, bastante mediocres, y con la que se dio un batacazo, tanto de crítica como de taquilla, ciertamente espectacular), ese chico pálido, ojeroso y enigmático, de un atractivo magnético e irresistible, se convirtió, previo paso por la trilogía anular, en una megaestrella de calibre internacional, y, como tal, volvió a aterrizar en nuestro país para encarnar a un personaje situado en las antípodas de aquel (que, puestos a acentuar sus rasgos mistéricos, carecía hasta de nombre) al que diera vida en esa su primera película en España. ¿Y Ángela Molina? Bien, gracias, cómo no....

Vayan, desde estas líneas, el reconocimiento para los méritos de un actor al que, más allá de su mayor o menor valía artística, creo que es difícil cuestionarle un carisma de proporciones brutales, y el recuerdo cariñoso para un director al que, más allá de eventuales tropezones y disgustos (y me consta que la experiencia de ese segundo film fallido fue para él tan agotadora como mortificante), me gustaría ver de nuevo detrás de una cámara dando el grito de ¡Acción! Ojalá sea pronto, y que ustedes, amigos lectores, y el que esto escribe, lo veamos y disfrutemos...

Grageas de cine XXV: a propósito de.... Cleopatra (Argentina/España, 2003)

Por Manuel Márquez - 14 de Octubre, 2006, 8:47, Categoría: Cine: Grageas de ...

Ya me consta que no está bonito, ni resulta políticamente correcto, criticar a quien ya no está presente para rebatir las críticas; pero ése es un elemento con el que todo creador artístico ha de contar: él desaparecerá, y su obra, no; perdurará, expuesta a que cualquier receptor pueda opinar sobre la misma. Y no siempre lo hará, obviamente, de forma positiva.

Viene el comentario al hilo de que, hace un par de días, el segundo canal de Radiotelevisión Española emitía, a título de homenaje y recuerdo del director argentino recientemente fallecido Eduardo Mignogna, su último film, Cleopatra. Es comprensible la elección si tenemos en cuenta la doble circunstancia de que se trataba del último de sus films que fue estrenado en España, y de que el mismo contaba con la participación en la producción de dicha cadena televisiva. Pero lo cierto es que, aun contando con que no conozco íntegramente la filmografía (por otro lado, no muy extensa) del realizador finado, hay en la misma alguna película bastante más interesante que esta especia de road movie, una suerte de remedo de Thelma y Louise a la argentina, eso sí, bastante desmejorado en relación con el "original", en la medida en que toda su trama, salvo aquellos de sus avatares (y no son pocos) que pecan de una inverosimilitud manifiesta, resulta de una previsibilidad que termina por hacerla mortalmente aburrida.

Exprimir de manera inmisericorde, como hace el malogrado Mignogna, las dotes interpretativas de esa gran dama de la pantalla argentina que es Norma Aleandro termina generando (o, más bien, degenerando, si se me permite el juego de palabras) una sensación de cierto hartazgo, hasta un punto en que uno llega a experimentar ciertas dudas acerca de si el film tiene algún otro objeto que no sea el de servir de plataforma de exhibición de toda la panoplia de habilidades de la actriz –cuya presencia en plano es casi permanente-, además de suponer un lastre demasiado pesado para su acompañante, la joven (y, ciertamente, muy bella) Natalia Oreiro, que, aun contando con la generosa presencia en pantalla que le otorga el peso de su personaje, más que ensombrecida o disminuida, termina quedando sepultada bajo losa de tamaño calibre. ¿Leo Sbaraglia...? Pasaba por ahí, y nos dejó unas sonrisas lánguidas, que le quedaron muy vistosas. ¿Ah, que me dicen que también tenía un papel en el film? Perdonen, no me llegó a quedar muy claro...

En fin, amigos lectores, ¿qué más quieren que les diga? Poco más; eso sí, que si hubiera tenido ocasión de elegir, por supuesto, La fuga: no la encontrarán en ninguna de esas listas de las cien mejores de la historia, o de las mil y una que hay que ver (como si hubiera alguna que no haya que ver...), pero les puedo asegurar que es mucho más entretenida. Creo...

Grageas de cine XXIV: a propósito de... Tesis (España, 1996)

Por Manuel Márquez - 30 de Septiembre, 2006, 12:18, Categoría: Cine: Grageas de ...

Hace algunos días, el pasado mes de agosto –no recuerdo la fecha con precisión-, un canal temático, dedicado al suspense y el misterio –Calle 13, disponible en Digital+ y diversas plataformas de televisión por cable-, emitía, en horario estelar (diez de la noche), Tesis, la celebradísima opera prima de Alejandro Amenábar. Hasta aquí, nada extraordinario: al fin y al cabo, se trata de una película que, doce años después de su estreno, ha sido emitida en numerosas ocasiones por diversos canales de televisión, tanto abiertos como de pago. Lo curioso, lo llamativo, radicaba en la circunstancia de que la copia emitida se trataba de una versión audiocomentada con los comentarios a cargo del propio director. ¿Decisión expresa del programador de turno o un error técnico atribuible –como tantos y tantos otros- a las carencias de toda índole que suelen aquejar a las cadenas televisivas en esta época del año? Lo ignoro. Si se trata de lo primero, mis más sinceras y efusivas felicitaciones al responsable; y si de lo segundo, qué quieren que les diga: benditos errores, a veces...

La experiencia –y conste que no soy muy dado a su puesta en práctica, pese a haberse convertido en una opción tremendamente accesible, dada la proliferación que ha experimentado a través de las ediciones "lujosas" en DVD (las de doble disco, para entendernos) de numerosas películas- me resultó enormente entretenida, enriquecedora y su potencial didáctico me resultó, sencillamente, alucinante: les puedo asegurar, amigos lectores, que se aprende más cine escuchando los comentarios de Amenábar sobre su película que leyendo toneladas de papel impreso dedicado a esto del cine (cubiertas, generalmente, por dosis "empachantes" de esta cháchara de tres al cuarto que nos solemos gastar los que a ello nos dedicamos, con mayor o menor fortuna...) o asistiendo a cualquier seminario (por lo general, astrónomicamente oneroso...) a cargo de los más sesudos expertos en el séptimo arte.

Comentarios que, pese a lo prolijo y detallado (el director desmenuza su película con la delectación caníbal de un Pantagruel desbocado), no resultan, en ningún momento, ni aburridos ni epatantes, gracias al lenguaje sencillo y el tono desenfadado con que se expresa su hacedor. Sencillez y desenfado que no están reñidos en lo más mínimo con el rigor técnico –Amenábar no se priva de utilizar con cierta profusión un amplio catálogo de términos y expresiones con ese carácter, aunque, gracias a su afán clarificador, son perfectamente entendibles para cualquier aficionado con unos fundamentos básicos- y un espíritu autocrítico –el autor, aunque tampoco se autoflagele innecesariamente, huye de cualquier atisbo de autocomplacencia, y señala, sin empacho alguno ni afectación impostada, los mil y un detalles que, a su juicio, cambiaría y mejoraría en su film- que dotan a tales comentarios de un grado de interés altísimo.

Entiendo perfectamente que no se trata de una opción cuya práctica generalizada o frecuente quepa contemplar por parte de las cadenas generalistas , aunque, posiblemente, sí por las temáticas o especializadas, que para eso habrían de estar, supongo. Y tampoco es una opción demasiado recomendable, como espectador, respecto a una película que no se ha visto con anterioridad. Pero les puedo asegurar, amigos lectores, que, si se ha visto la película y se tienen ganas de conocer sus entresijos, se trata de un ejercicio la mar de estimulante y enriquecedor. Prueben, prueben, y cuénteme: espero con sumo interés cuanto hayan de contarme sobre el experimento.

Grageas de cine XXIII: a propósito de... The matador (U.S.A., 2005)

Por Manuel Márquez - 19 de Septiembre, 2006, 18:34, Categoría: Cine: Grageas de ...

LOS GUAPOS TAMBIÉN SABEMOS ACTUAR....-

Que un galán de cine sufra un ataque, más o menos repentino, de ganas de demostrar que él, además de guapo y atractivo, también sabe interpretar, no es un fenómeno nuevo. Si el galán en cuestión cuenta además, como consecuencia de una fructífera y saludable carrera en el cine –sobre todo, desde el punto de vista crematístico-, con los posibles necesarios para poder manejar una productora propia que le facilite el proyecto adecuado para tales menesteres, la cuestión ya resulta francamente sencilla.

He aquí el caso de Pierce Brosnan. Y he aquí el caso de The matador (U.S.A., 2005), una peliculita menor a la que, más allá de su condición –innegable- de vehículo de lucimiento de Brosnan, no se le puede negar, tampoco, un puntito socarrón y desvergonzado que la hacen digna de la simpatía de todo aquel degustador de piezas cinematográficas alejadas de los registros más comercialmente al uso, además de ofrecer, en un formato cuya brevedad se agradece (poco más de noventa minutos), un ratito de entretenimiento a costa de desfigurar y caricaturizar, hasta el sarcasmo y el patetismo, la figura de un personaje que, por momentos, llega a inspirar una mezcla de terror y lástima en la cual nunca se sabe muy bien cuál, de los dos lados de la balanza, es el que pesa más.

Julian Noble. Ése es el nombre de ese elemento, un killer profesional, alcohólico y pedófilo confeso, a quien los años y los excesos le van presentando facturas que cada vez son más difíciles de saldar, y a quien un encuentro casual con un alma cándida, encarnada en la figura de un tal Danny Wright –personaje a quien da vida un también bastante acertado Greg Kinnear, sobrio, consistente y tremendamente creíble-, le permitirá asumir una penúltima pirueta desde la cual poder retroceder desde el borde del abismo (hasta el fondo del pozo, que tampoco las opciones redentoras para personajes de ese pelaje suelen ser, habitualmente, demasiado halagüeñas). Todo, absolutamente todo, en la película, gira alrededor de él. Y él es Pierce Brosnan.

Decir que Pierce Brosnan lo borda no constituye, ni muchísimo menos, ningún acto de injusticia: inmoral, excesivo, histriónico, exagerado, bruto y zafio, sabe dotar en todo momento a su interpretación de un descaro y una soltura que vienen a su personaje como anillo al dedo. Tampoco es tan complicado: personajes así son caramelitos que ningún actor con un mínimo de pretensiones puede dejar escapar vivo, y Brosnan lo explota a conciencia, y le saca todo el jugo, hasta su última gotita. Nada que objetar, pues, sobre ese particular.

Y la historia, aunque no se trata de ningún dechado de originalidad y se mueve constantemente dentro de los márgenes de la previsibilidad más absoluta (pese a sus elementos de intriga), resulta entretenida y, llevada al ritmo adecuado, como sucede en el caso de autos, se devora sin mayores problemas. En cuanto a las grandes reflexiones sobre la condición humana, o las vueltas de tuerca argumentales que dejan a la platea boquiabierta, quizá sea mejor, amigos lectores, que las busquen ustedes en productos de otro corte y perfil.

Ah, y tampoco se equivoquen, después de todo lo leído. ¿La dueña y señora de la función? Hope Davis, que se merienda en dos secuencias al prota y a su secuaz. ¿El secreto? Vean la película, y me lo cuentan luego...

Grageas de cine XXII: a propósito de... Paris Texas (Alemania, Francia, Italia; 1984)

Por Manuel Márquez - 11 de Septiembre, 2006, 16:38, Categoría: Cine: Grageas de ...

Temor. Ese era el sentimiento que me embargaba cuando, hace unos días, decidí, por fin, después de más de veinte años desde que la viera por vez primera, revisar Paris,Texas(Alemania, Francia, Italia, 1984), el mítico film con el que Wim Wenders se consagró como uno de los más grandes autores del panorama cinematográfico europeo, además de llevarse la Palma de Oro de la edición de Cannes de ese año, y convertir a Nastassia Kinski y su jersey rojo de angorina en un icono emotivo-sensual para toda una generación cinéfila. Temor a una (nueva, una más) decepción, temor a encontrarme con que el mito no estaba a la altura de lo que me cabía esperar de él a tenor de su ya algo difuso recuerdo.

Temor infundado. La que me pareciera una auténtica obra maestra en su momento, me había vuelto a conmover, me había vuelto a emocionar, me había vuelto a fascinar con ese retrato profundo y sentido de la desolación como único destino posible para el amor, armado sobre un despliegue de elementos que, conjugados globalmente, rozan de manera permanente, y a lo largo de todo el metraje de la película, lo sublime.

Las imágenes demoradas, sin prisa, de cuerpos y ojbetos posados sobre paisajes, ya naturales, ya urbanos, siempre muy abiertos, amplios, inabarcables, y teñidos de una luz de tonos rojizos que ya encamina el ánimo hacia los territorios del espíritu más acordes con el tono de la historia; la música, ese prodigio de la guitarra de Ry Cooder, que puntea las imágenes, reforzando, apuntalando el poso de melancolía que se va desgranando a lo largo de una trama triste, dura; y las interpretaciones de todo el elenco, pero, muy especialmente, de sus dos protagonistas: un Harry Dean Stanton que, con una presencia casi permanente en pantalla, y con toda la variedad de registros afectivos y situacionales, amplísima, que ha de desarrollar (desorientación, pérdida, búsqueda, duda, certidumbre, ilusión, frustración), consigue siempre transmitir un desvalimiento y melancolía de fondo que impregnan toda su actuación, y la dotan de una altura impresionante; y una Nastassia Kinski –cuyo personaje pesa más en su ausencia que en su (corta) presencia en pantalla- a la que le bastan dos, tres secuencias para encogerle el corazón al espectador más encallecido.

Creo, sinceramente, que, como los buenos vinos, Paris,Texas ha ganado, y mucho, con el paso de los años. Y, aunque nunca se sabe cual puede ser la percepción futura a cinco, diez, veinte años vista, la experiencia vivida en esta ocasión invita a albergar unas más que razonables expectativas positivas al respecto. Espero seguir estando por aquí para contarlo. Y ustedes, amigos lectores, que lo vean...

Grageas de cine XXI: a propósito de... El último metro (Francia, 1980)

Por Manuel Márquez - 13 de Agosto, 2006, 18:27, Categoría: Cine: Grageas de ...

Igual que pocos años antes hiciera con el mundo del cine en la maravillosa La noche americana (La nuit américaine, 1973), Truffaut proyecta, en El último metro (Le dernier métro, 1980), su mirada sobre el mundo del teatro, si bien lo hace en un contexto radicalmente diferente, sustituyendo el radiante y relajado ambiente de su rodaje fílmico de la primera por la sordidez y la opresión con que se ha desarrollar la preparación de un montaje teatral en la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. No crean, sin embargo, que, en función de tal contexto, la película guarda relación alguna con la genial obra maestra de Lubitsch Ser o no ser(To be or not to be, 1942), comedia de corrosiva acidez que también se desarrolla en unas coordenadas muy similares.

El último metro no se trata de una comedia, sino de un drama; drama en el que, como cabe esperar de toda película de Truffaut, hay un cierto hálito amable y bondadoso que consigue que la exasperación callada, el desánimo que, inevitablamente –dadas las circunstancias-, se abate sobre los protagonistas y sus cuitas, no llegue a resultar paralizante. Siempre hay ocasión para una sonrisa, una pequeña broma, y, además de eso, la ilusión de sublimar a través de la creación artística las miserias políticas y personales que asolaban a todo un país, y del que los personajes principales de esta historia son un magnífico exponente.

Y, por encima de todo, está el amor, la fuerza, el motor que, al fin y a la postre, como en toda la filmografía truffautiana, termina moviendo y justificando las acciones y actitudes de los encargados de encarnar sus historias; en este caso, y con una configuración que siempre resultó particularmente cara al autor francés, formando un triángulo desde cuyo vértice, una deslumbrante Marion Steiner –Catherine Deneuve en su momento, quizá, de máximo esplendor (¿cabe hablar, respecto a la superdiva francesa, de momentos de esplendor...?)-, bien secundada por un tan joven como solvente Gérard Depardieu, recorre, a través de un proceso tan sutil como ineludible, un itinerario sentimental en el que hay cabida para pasado, presente y futuro, para la pasión personal y la profesional, para el amor y para el arte.

Magnífica muestra del cine de su autor, este film se vio colmado con un buen número de premios César y con la candidatura francesa al Oscar a la mejor película de habla no inglesa de ese año. Una inmejorable ocasión para disfrutar de la creación de un cineasta de primerísimo nivel.

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