MediosNi desesperadas, ni al borde de un ataque de nervios: simplemente... Mujeres
Por Manuel Márquez - 31 de Octubre, 2006, 20:19, Categoría: Medios
De ese modo, fue totalmente casual el hecho de que, hace unas semanas (cuatro, si mal no recuerdo), empezara a ver, ya iniciado, el capítulo que la 2 de Televisión Española emitía en ese momento de la serie Mujeres. Y... touché: en pocos minutos, había pasado a convertirme en un integrante más de la fiel cohorte de seguidores (desconozco si muy o poco numerosa aunque está claro que la cadena en la que se emite tiene unos índices de audiencia bastante bajos, y ésa es una circunstancia que, sin duda, pesará, y mucho, a este respecto) de un universo poblado por un conjunto de mujeres que, sin vivir en Whisteria Lane ni estar más desesperadas de lo que cualquiera de sus congéneres podría llegar a estarlo (en una tesitura similar), se nos hacen, cada noche de lunes, cercanas, tiernas, entrañables; o, como decía el bardo, por lo menos queribles, amables... Félix Sabroso y Dunia Ayaso, un tándem que ya ha demostrado una mano más que hábil en la creación de comedias sencillas, ligeras y plenas de ingenio (o sea, ésas que son tan fáciles de disfrutar como difíciles de hacer...) en el formato largo cinematográfico, han sido capaces de poner en pie y dar vida –con la ayuda, ciertamente impagable, de un elenco de actrices que no se puede calificar más que de excelente- a un entramado dramático en el que la naturalidad y cotidianidad de las situaciones –ésas que todos podemos identificar sin demasiado esfuerzo; cercanas, familiares (sin que, por ello, carezcan de efectividad narrativa)-, el equilibrio –exquisito- en el peso de las tramas y personajes, y la frescura y espontaneidad de sus diálogos –y ahí es donde el cuadro de intérpretes pone toda la carne en el asador: me niego a citar particularmente a ninguna de ellas, porque supondría no hacer justicia con el resto- consiguen un resultado final que brilla muy por encima de sus pretensiones. Productos televisivos de este corte son los que reconcilian a un telespectador embrutecido por su sometimiento habitual a una auténtica andanada de banalidades y porquerías, con el gusto por la obra tan sencilla como bien hecha. Para ustedes, amigos lectores, mi más encarecida recomendación (valga la redundancia: no creo que fuera muy necesario explicitarla, pero me curo en salud...). Y para ellos y ellas, sus creadores y ejecutores, mi felicitación y mi agradecimiento: los martes por la mañana llego al trabajo algo más cansado, pero pienso, sinceramente, que mereció la pena... NOTA: talento y generosidad son atributos que no siempre van de la mano, pero, en esta ocasión, sí. La simpatiquísima foto con la que, pese a los numerosos problemas que vengo teniendo en los últimos días para "pinchar" imágenes en el blog, tengo ocasión de ilustrar este artículo, se muestra con la autorización, y por cortesía, de Félix Sabroso y Dunia Ayaso.De corazón, muchas gracias. Cuatro: del dicho al hecho...
Por Manuel Márquez - 11 de Octubre, 2006, 21:06, Categoría: Medios
El nacimiento de Cuatro, allá por el mes de noviembre del pasado año, vino envuelto en una campaña publicitaria cuyos mensajes de fondo pretendían subrayar el que, se supone, habría de ser rasgo distintivo de la cadena. Llamémosle, por ejemplo, estilo. Cuatro no iba a luchar por las audiencias masivas (empeño en el que dejaría que se siguieran despedazando a dentellada limpia aquellos que ya venían haciéndolo hasta la fecha, es decir, el resto de cadenas generalistas), sino que iba a hacer una televisión diferente, alejada de todo lo zafio y soez que, en ese momento, y desde hacía algunos años, se enseñoreaba del panorama catódico. En Cuatro, naturalmente, sólo habría sitio para una programación de calidad, con lustre, enfocada a un público preferentemente urbano, joven y culto, y, si en base a ella, el nicho de mercado no llegaba a alcanzar un volumen muy alto, no había mayor problema. Se trataba de buscar la calidad, y no la cantidad. La cuestión es que la parrilla de programación empezó haciendo honor a tal declaración de intenciones, con un especial énfasis en unos servicios informativos tremendamente potentes y un abanico de series variado y contrastado, que venían a constituir los dos pilares básicos sobre los que se configuraba la oferta televisiva. Y así arrancó el invento: francamente bien, todo hay que decirlo, y con unas perspectivas ilusionantemente prometedoras. Pero ya conocen, amigos lectores, aquel refrán que reza aquello de que lo bueno, si breve, dos veces bueno: en la mente de los responsables de la cadena debió instalarse tal aserto en calidad de axioma incontrovertible, y, efectivamente, lo bueno duró poco. ¿Poco? No, poquísimo. El tiempo justo para constatar que incidir en una serie de líneas de programación y contenidos más acordes con los gustos imperantes rendía frutos inmediatos en forma de crecimiento de los índices de audiencia. Y ése fue el camino emprendido, hasta la fecha, en que, con la incorporación reciente (hace sólo una semana) del programa matinal de Concha García Campoy, es posible que podamos dar ya por cerrado el proceso de homogeneización y estandarización sufrido por el canal televisivo generalista y en abierto del grupo Prisa. La parrilla de programación actual de Cuatro se parece bastante poco (prácticamente, nada) a aquella con la que la cadena arrancó sus emisiones, y sí es perfectamente asimilable a la de cualquiera otra de las cadenas generalistas: formatos similares en todas las franjas horarias, contenidos en línea con lo habitual en todas ellas (con especial dedicación al mundo de eso que viene en llamarse corazón –sic-) y otorgamiento del máximo protagonismo (hasta el punto de convertirlos en sus auténticos "buques insignia") a los programas de telerrealidad –sic-. En consonancia, los índices de audiencia empiezan a abandonar los ratios por debajo del 5 %, habituales hasta hace poco tiempo, para ir rascando, paulatinamente, cifras más cercanas al 7 % (más que estimable subida, sobre todo si se tiene en cuenta la velocidad con que la fragmentación de audiencias está haciendo mella en los grandes índices de las cadenas "mayores"). ¿Qué es, pues, lo que no cambia? El discurso, obviamente. La dirigencia de Cuatro, en pleno, sigue proclamando a los cuatro vientos su condición de cadena de televisión "diferente". Y, qué quieren que les diga, amigos lectores, no cuela. No voy a negar que los programas punteros (magacines, concursos de telerrealidad y similares) de Cuatro procuran huir del encanallamiento brutal en que la mayoría de programas de tales formatos de otras cadenas se instalaron hace ya años, y que hay ciertos límites que, en base a unas determinadas convicciones periodísticas, no se llegan a traspasar, afortunadamente. Pero es difícil, muy difícil, conseguir que los formatos no terminen "contaminando", de alguna manera, los contenidos: se trata de un proceso inoculatorio de percepción muy tenue, casi imperceptible, pero imparable. Y, más allá de que me resulte más hermosa y estimulante la melena leonística de Vicky Martín Berrocal que las relucientes calvas de los infames hermanos Matamoros, sospecho que, a poco que se rasca, no se encuentra mucho más debajo de la una que de las otras. ¿Conclusión? Que con queso, a los ratones. Y aún dirán que es el doctor House el que tiene la cara muy dura.... Todo tiene un límite
Por Manuel Márquez - 26 de Septiembre, 2006, 16:57, Categoría: Medios
Personalmente, no siento el más mínimo interés por los programas de este corte y género, tan en boga y exitoso en estos últimos años. Y sobre sus supuestas calidades, o faltas de las mismas, así como sobre hasta qué punto cabe considerarlos, o no, exponentes de eso otro que se suele denominar "telebasura", no me voy a pronunciar, porque me faltan elementos de juicio y tampoco es una cuestión que me despierte excesivo entusiasmo. Es evidente que ahí están, con toda su pujanza y poderío, y, por otro lado, nada tengo que objetar a la cosificación a que se quieran ver sometidos (sus pingües beneficios esperan obtener a cambio de ello, también es obvio y evidente...) las personas adultas, MAYORES DE EDAD, que entran en su dinámica de funcionamiento participando, como protagonistas más o menos destacados, en ellos: es su libre voluntad, y cada cual, sin causar daño a otros, está en su derecho de hacer lo que le plazca. Pero todo tiene un límite, cómo no. Y, en este caso, estamos hablando de niños, MENORES DE EDAD. Y en una televisión pública, sostenida con fondos a cuya obtención contribuimos todos los españolitos de a pie (los de limusina y palco, ya se sabe, se lo suelen montar de otra manera...). No estoy dispuesto a entrar en consideraciones acerca de los contenidos del programa (en principio, supuestamente "culturales"), así como sobre su línea y enfoque, y los posibles mecanismos que, para garantizar la integridad de los derechos de los menores participantes, se puedan articular –me consta que ya hay instancias políticas y administrativas (a las cuales el interés de los menores se la trae absolutamente al fresco, pero, ya se sabe, es la guerra, todo es munición...) moviéndose en ese terreno-; tampoco me vale el argumento de que se trata de participantes voluntarios, que cuentan, además, con la autorización y conformidad de sus progenitores. Me parece, tanto por una circunstancia como por la otra, lisa y llanamente, inadmisible. Se supone que existe un consenso social básico, en toda sociedad próspera y avanzada (cual es el caso de la nuestra, creo), acerca de que determinados colectivos, en función de sus circunstancias (de edad, salud, posición socioeconómica, carácter minoritario, etc...), han de ser particularmente protegidos. Uno de esos colectivos es el de la infancia; y su protección no habría de limitarse a aquellas situaciones de riesgo que, por lo evidente o lo brutal de su percepción, son obvias. No basta con tomar medidas, penales o administrativas, contra la violencia familiar y escolar, o de protección de su integridad sexual, a través de la tipificación de cualquier conducta que pueda ser lesiva para la misma. Y tampoco es que pretenda comparar la importancia o gravedad de unas conductas o situaciones con las de otras. Pero creo que resulta evidente para cualquier mente medianamente lúcida, y sin necesidad de sesudos estudios psicológicos sobre el particular, que el sometimiento de unos críos de entre nueve y once años a la presión que conlleva un concurso televisivo, sea del formato que sea, pero más si es de este corte (prolongado en el tiempo y con un componente de espectacularización muy alto), no debe ser lo más sano ni procedente para su estabilidad emocional y su adecuado desarrollo educativo. Tampoco me gustaría pecar de mojigatería ni de excesiva sacralización de una infancia a la que tampoco hay por qué recluir en ninguna suerte de búrbuja con la cual quede absolutamente aislada de su entorno social más próximo; pero creo, humildemente, que todo tiene un límite, y este proyecto televisivo no sólo lo sobrepasa, sino que, además, va muchísimos pueblos más allá del mismo. ¿Qué hubieran dicho Carmen Caffarel y los miembros del Consejo de Dirección de RTVE si este proyecto –esta especie de Ankawa, en el que a alguna lumbrera se le ha ocurrido la genialidad de sustituir monos, loros y serpientes por niños; total, ya puestos...- hubiera surgido auspiciado por una cadena privada de televisión? Pues eso, señores, un poquito de seriedad y de coherencia, que nunca están de más para aliñar cualquier ensalada. Cosas de esas que no entiendo
Por Manuel Márquez - 8 de Agosto, 2006, 17:00, Categoría: Medios
Nada más lejos de mi ánimo e intención que el pretender introducirme en las profundidades y espesuras de los caminos por los que transita, con mucho mayor y mejor conocimiento de causa que el de este humilde escribiente, mi compañera en estas lides blogueras , Sonia Blanco (no en balde, su tesis doctoral, y buena parte de su dedicación universitaria, investigadora y docente, en materia de medios de comunicación, se centra, de manera concreta, en los procesos de espectacularización de la información en éstos); pero hay ocasiones en que ciertas imágenes le provocan a uno (de natural, por lo general, bastante poco sensible) una serie de reacciones en cadena, cuyo final lógico (en el contexto de que uno, al fin y al cabo, tiene una querencia bastante pronunciada por darle a la tecla) es éste: una reflexión, negro sobre blanco, y, destacadas entre muchas otras, un par de preguntas. ¿Por qué? ¿Para qué?
Trátase de lo siguiente. Hace unos días, un informativo de una cadena generalista, edición de mediodía, emitía unos imágenes relacionadas con un desastre meteorológico ocurrido en México, que causaba una serie de inundaciones con el resultado de cuantiosos daños tanto materiales como humanos: entre estos últimos, numerosas personas desaparecidas y fallecidas, entre las cuales se encontraba un niño de corta edad, cuyo cuerpo sin vida, cubierto de fango, desmadejado y envuelto en una frazada, era llevado en brazos por un adulto. Y ahí estaba su imagen: sin previo aviso, brutal, estremecedora... Primero, fue el horror, el espanto; después, la estupefacción, el desconcierto; y, finalmente, la indignación, o, para que ustedes me entiendan bien, un cabreo de órdago. El mismo que me ha empujado, definitivamente, a escribir estas líneas.
No se equivoquen, amigos lectores. No soy de los que cambian de canal cuando aparecen imágenes de guerras, matanzas, masacres y cualesquiera otros desmanes, naturales o no tanto, a los que tan dados somos los componenentes de esta curiosa especie humana. Tampoco me regodeo morbosamente en su contemplación, pero siempre me he considerado, con fundamento, eso que comúnmente se suele denominar ?un tío con mucho estómago?, al menos en lo relativo a imágenes televisivas ?otro cantar sería encontrarse con esas visiones ?en vivo y en directo?: afortunadamente, jamás me ví en tal tesitura, pero dudo mucho que mi cuajo y resistencia dieran de sí para muchos alardes-.
Por otro lado, siempre he sido contrario a cualquier tipo de censura, fuera en base al criterio que fuera (ya moral, ya ético, ya estético), sobre este tipo de imágenes: si algo pasaba, bien estaba mostrarlo tal cual sucedía, sin ningún tipo de retoque, aditamento o manipulación. Nunca está de más saber de qué pasta estamos hechos, y, si se quiere sensibilizar acerca de cierto tipo de horrores, no son tapujos y ocultaciones los medios más adecuados para conseguirlo.
Pero, qué quieren que les cuente; no sé si será la edad (uno ha pasado ya la barrera de los cuarenta: sí, cierto, no pasa nada, pero...) o la circunstancia personal (algo ?más bien, mucho- debe pesar el ser padre de un crío de corta edad, que aún no ha cumplido los cuatro añitos): la cuestión es que no fui capaz de soportar con entereza el visionado de esas imágenes, me derrumbé. Y, en cualquier caso, más allá de eso ?de hecho, es algo que aún a estas alturas me sigue rondando la cabeza-, no alcanzo a entender su necesidad, su conveniencia o su interés, desde el punto de vista informativo (que, al fin y al cabo, es del tipo de material del que estamos hablando). ¿Era necesario mostrar el hecho ?tan tremendo, tan descarnado- para dar cuenta de su acaecimiento? ¿Ayudaba esa imagen a algo, a alguien; hacía algún bien, algún beneficio, en general o en concreto? ¿Qué consiguió con ella el que la tomó, el que la mostró, el que la vió? Muchas preguntas para las que no encuentro respuesta, y es posible que casi prefiera no encontrarla. Miedo me da.
Hoy, en contra de lo que suele ser habitual en este blog, no habrá imágenes acompañando a un artículo. En su lugar, las dos preguntas: ¿por qué? ¿para qué?
¿"Publiseries"?
Por Manuel Márquez - 25 de Abril, 2006, 20:00, Categoría: Medios
Tenía ocasión de leer, hace sólo unos días, una breve reseña periodística acerca del II Foro Profesional del Anunciante, en la cual se daba cuenta de cómo personas vinculadas tanto a ese mundo (el de la publicidad) como al de su "primo hermano" (la televisión), ponían de manifiesto su coincidencia en la necesidad, ante la fuerte pérdida de eficacia de los mensajes publicitarios en un contexto televisivo cada vez más saturado, de una mayor implicación de los anunciantes "en la elaboración de los guiones de las series de televisión". Tras una primera reacción a caballo entre la estupefacción y el escándalo, he tenido ocasión de reflexionar largamente acerca de tal aserto, y créanme, amigos lectores, soy incapaz de sacar conclusión alguna (clara) al respecto: a lo sumo, vislumbro algunos destellos, y de ellos les voy a dar cuenta en las líneas subsiguientes. Un destello de reacción visceral en defensa de una (supuesta) pureza de la creación artística: si admitimos, en principio, la posibilidad de que una obra de ficción quede condicionada por un elemento que no sea la pura voluntad creadora de su autor (o autores), ¿qué queda de producto artístico-cultural en ella? ¿hasta dónde la "contaminación" de que quedaría impregnada –teniendo en cuenta que no hablaríamos de influencias vagas y difusas (que han de existir necesariamente en una obra que no se crea en un contexto "de laboratorio", sino en un mundo real que la circunda y condiciona), sino de inserciones puras y duras- no la anularía como tal, convirtiéndola en un mero vehículo publicitario más? Y, ojo, no planteo la cuestión en términos de calidades, dado que, entrando en tal línea argumentativa, terminaría topándome con mi firme convencimiento de que una de las áreas de creación audiovisual más fuertemente creativa (si no la que más, hasta alcanzar, a veces, niveles de auténtica excelencia) de estos últimos tiempos es, precisamente, la televisiva publicitaria. Vaya, que habría series de televisión en las que las "inserciones publicitarias", lejos de empeorarlas, conseguirían generar una mejora. Pero no son ésos los términos de la cuestión, claro está. Un destello de aceptación (más o menos fatalista) de una realidad incuestionable: es la publicidad la que soporta económicamente el tinglado televisivo –al menos, en el momento presente: las opciones que se empiezan a vislumbrar por mor de la tecnología digital y la vía Internet aún están muy, muy verdes-, y resulta lógico que, si su inversión no obtiene resultados tangibles por las vías convencionales hasta ahora utilizadas (spots intercalados en la programación estándar, u otras fórmulas más o menos sofisticadas, en forma de esponsorizaciones, tiras animadas, etc...), busque la exploración de otras vías más contundentes (al menos, a priori). Y es posible que, incluso de esta forma, estuviéramos ante un planteamiento más claro y sincero que el que se suele dar actualmente, en el que los patrocinios encubiertos –vía exhibición "presuntamente casual" de productos, que se introducen en plano de forma casi subliminal- se han convertido en moneda tan común que ni siquiera nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos los encontramos, tan ricamente, trufando aquí y allá secuencias y episodios. De esta forma, las cartas estarán boca arriba, y todos sabremos a qué atenernos. Y un destello de apreciación de un cierto punto de contradicción amenazadora, que es el que aprecio cuando se habla, no sin bastante fundamento, de una elevación considerable en el nivel promedio de calidad de las series televisivas (hasta un punto en que empieza a considerarse que, posible y paradójicamente, se esté aplicando más talento cinematográfico en estos formatos que en el de las propias películas destinadas a la pantalla grande) sin que, en contrapartida, parezca que esa circunstancia pueda resultar suficiente como para "salvarlas" de las "fauces" del nuevo ogro, que, fagocitándolas, las devolvería a esa condición de mero producto televisivo al que un sometimiento excesivo a exigencia publicitarias las terminaría devolviendo. Ya ven, amigos lectores, meros apuntes, simples observaciones a vuelapluma, y pocas certezas concluyentes (a los que siguen este blog de manera habitual, ya les resultará familiar esa falta de rotundidad y esa carencia de afirmaciones definitivas: las declaraciones con pretensiones canónicas y este humilde escribiente no formamos un duo muy bien avenido, no...). Si aspiro a alcanzar algunas, sólo podré conseguirlo con su ayuda. Les espero, pues... La Sexta y el reparto del pastel (catódico)
Por Manuel Márquez - 18 de Abril, 2006, 20:26, Categoría: Medios
La Sexta no aporta nada nuevo, ni en tono, ni en géneros, ni en contenidos: su propuesta es perfectamente homologable, y comparable, a la del resto de cadenas generalistas en cuyo ámbito convive (y compite), si exceptuamos su (grave) carencia de espacios informativos (una carencia que se verá corregida en el transcurso de los próximos meses, según las previsiones de la propia cadena), y dejamos de lado, dado que también se trata de algo meramente coyuntural, la circunstancia de que su cobertura (vía analógica) aún no abarca a todo el territorio nacional. En consecuencia, no estamos ante una oferta que pretenda ubicarse en ningún nicho específico de mercado, atendiendo a unas señas de identidad específicas y diferenciadoras; más bien al contrario, se trataría de un claro ejemplo del fenómeno "más de lo mismo", que únicamente aspiraría a encontrar su lugar bajo el sol a base de captar una parte suficientemente significativa de la actual audiencia de las cadenas preexistentes: tan significativa como para que sus ratios hagan llevar a los anunciantes un volumen de material publicitario suficiente para proporcionarles el deseado (y necesario, por cuestiones de mera supervivencia) umbral de rentabilidad. Algo que no parece cuadrar con la declaración de intenciones de los dirigentes de este cadena, bastante en línea con la que meses atrás hicieran también los responsables de Cuatro, acerca de su escasa preocupación por obtener unos índices de audiencia parangonables con los de las cadenas de su mismo corte. ¿El argumento para tal despreocupación? El panorama, en un futuro inmediato, del espectro de consumidores televisivo aparece tan, tan fragmentado, que plantearse audiencias de dos dígitos, como las que alcanzan actualmente Antena 3, Telecinco o TVE-1, es algo sencillamente quimérico. Se tratará de apuntar a un segmento, o nicho, muy concreto de espectadores, darles lo que pidan, y tratar de mantenerlos fieles a la "marca" durante el mayor tiempo posible: ese mantenimiento proporcionará, en justa contrapartida, una estabilidad publicitaria (también basada en una especialización muy fuerte), que será la que haga viable el proyecto. ¿Están tan seguros de ello? No lo tengo yo tan claro, amigos lectores, y proclamas de ese tipo me suenan más al típico comentario corderil de quien no quiere levantar expectativas excesivas que a una voluntad cierta de manejarse en tales parámetros. Que no me lo creo, vaya, y que supongo que, llegado el momento, tras una etapa inicial de despegue, un periodo de gracia "asentatoria" que, como a toda gran cadena, habrá que concederle, la Sexta, como todas, irá a por eso mismo, a por todas, a por un pedazo de tarta tan grande como su boca y sus dientes le permitan. Por otro lado, y si atendemos a la consistencia del argumento esgrimido, es probable que el mismo no carezca de algún fundamento, pero también es bien cierto que, desde otras situaciones y otros acontecimientos, nos llegan mensajes bien diferentes, muestras de unas pautas que apuntan a una dirección que poco tiene que ver con ese posible panorama de futuro. Sí, efectivamente, el zapeo no ha dejado de ser uno de los deportes más practicados en este país (y en los de su entorno cercano), pero, ¿qué pasa cuando una de las grandes megaestrellas de la comunicación televisiva de nuestro país –María Teresa Campos- cambia, a bombo y platillo, de cadena, pasando de Tele 5 (donde había convertido su programa de las mañanas en todo un referente) a Antena 3 (a la búsqueda de abandonar su sempiterna posición de segundón en ese tramo horario)? Pues que la gente no mueve un dedo. Ni real, ni metafórico. Puede más la fidelidad a la cadena, a la imagen de marca. Y las audiencias se asientan, no se desplazan. Contradicciones, en fin, a la vista de quien no deja de ser, como es mi caso (y lo digo por si alguien, bien por ser recién llegado a estos ciberpagos, o bien porque su falta de agudeza o su exceso de cariño le habían impedido percibirlo aún) un simple aficionado a este fascinante mundo de los medios. Y las cosas, amén de las que veredes, que aún estarán por ver, amigos lectores. Seguiremos hablando de ellas. Artículos anteriores en Medios
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