Septiembre del 2006Grageas de cine XXIV: a propósito de... Tesis (España, 1996)
Por Manuel Márquez - 30 de Septiembre, 2006, 12:18, Categoría: Cine: Grageas de ...
La experiencia –y conste que no soy muy dado a su puesta en práctica, pese a haberse convertido en una opción tremendamente accesible, dada la proliferación que ha experimentado a través de las ediciones "lujosas" en DVD (las de doble disco, para entendernos) de numerosas películas- me resultó enormente entretenida, enriquecedora y su potencial didáctico me resultó, sencillamente, alucinante: les puedo asegurar, amigos lectores, que se aprende más cine escuchando los comentarios de Amenábar sobre su película que leyendo toneladas de papel impreso dedicado a esto del cine (cubiertas, generalmente, por dosis "empachantes" de esta cháchara de tres al cuarto que nos solemos gastar los que a ello nos dedicamos, con mayor o menor fortuna...) o asistiendo a cualquier seminario (por lo general, astrónomicamente oneroso...) a cargo de los más sesudos expertos en el séptimo arte. Comentarios que, pese a lo prolijo y detallado (el director desmenuza su película con la delectación caníbal de un Pantagruel desbocado), no resultan, en ningún momento, ni aburridos ni epatantes, gracias al lenguaje sencillo y el tono desenfadado con que se expresa su hacedor. Sencillez y desenfado que no están reñidos en lo más mínimo con el rigor técnico –Amenábar no se priva de utilizar con cierta profusión un amplio catálogo de términos y expresiones con ese carácter, aunque, gracias a su afán clarificador, son perfectamente entendibles para cualquier aficionado con unos fundamentos básicos- y un espíritu autocrítico –el autor, aunque tampoco se autoflagele innecesariamente, huye de cualquier atisbo de autocomplacencia, y señala, sin empacho alguno ni afectación impostada, los mil y un detalles que, a su juicio, cambiaría y mejoraría en su film- que dotan a tales comentarios de un grado de interés altísimo. Entiendo perfectamente que no se trata de una opción cuya práctica generalizada o frecuente quepa contemplar por parte de las cadenas generalistas , aunque, posiblemente, sí por las temáticas o especializadas, que para eso habrían de estar, supongo. Y tampoco es una opción demasiado recomendable, como espectador, respecto a una película que no se ha visto con anterioridad. Pero les puedo asegurar, amigos lectores, que, si se ha visto la película y se tienen ganas de conocer sus entresijos, se trata de un ejercicio la mar de estimulante y enriquecedor. Prueben, prueben, y cuénteme: espero con sumo interés cuanto hayan de contarme sobre el experimento. Todo tiene un límite
Por Manuel Márquez - 26 de Septiembre, 2006, 16:57, Categoría: Medios
Personalmente, no siento el más mínimo interés por los programas de este corte y género, tan en boga y exitoso en estos últimos años. Y sobre sus supuestas calidades, o faltas de las mismas, así como sobre hasta qué punto cabe considerarlos, o no, exponentes de eso otro que se suele denominar "telebasura", no me voy a pronunciar, porque me faltan elementos de juicio y tampoco es una cuestión que me despierte excesivo entusiasmo. Es evidente que ahí están, con toda su pujanza y poderío, y, por otro lado, nada tengo que objetar a la cosificación a que se quieran ver sometidos (sus pingües beneficios esperan obtener a cambio de ello, también es obvio y evidente...) las personas adultas, MAYORES DE EDAD, que entran en su dinámica de funcionamiento participando, como protagonistas más o menos destacados, en ellos: es su libre voluntad, y cada cual, sin causar daño a otros, está en su derecho de hacer lo que le plazca. Pero todo tiene un límite, cómo no. Y, en este caso, estamos hablando de niños, MENORES DE EDAD. Y en una televisión pública, sostenida con fondos a cuya obtención contribuimos todos los españolitos de a pie (los de limusina y palco, ya se sabe, se lo suelen montar de otra manera...). No estoy dispuesto a entrar en consideraciones acerca de los contenidos del programa (en principio, supuestamente "culturales"), así como sobre su línea y enfoque, y los posibles mecanismos que, para garantizar la integridad de los derechos de los menores participantes, se puedan articular –me consta que ya hay instancias políticas y administrativas (a las cuales el interés de los menores se la trae absolutamente al fresco, pero, ya se sabe, es la guerra, todo es munición...) moviéndose en ese terreno-; tampoco me vale el argumento de que se trata de participantes voluntarios, que cuentan, además, con la autorización y conformidad de sus progenitores. Me parece, tanto por una circunstancia como por la otra, lisa y llanamente, inadmisible. Se supone que existe un consenso social básico, en toda sociedad próspera y avanzada (cual es el caso de la nuestra, creo), acerca de que determinados colectivos, en función de sus circunstancias (de edad, salud, posición socioeconómica, carácter minoritario, etc...), han de ser particularmente protegidos. Uno de esos colectivos es el de la infancia; y su protección no habría de limitarse a aquellas situaciones de riesgo que, por lo evidente o lo brutal de su percepción, son obvias. No basta con tomar medidas, penales o administrativas, contra la violencia familiar y escolar, o de protección de su integridad sexual, a través de la tipificación de cualquier conducta que pueda ser lesiva para la misma. Y tampoco es que pretenda comparar la importancia o gravedad de unas conductas o situaciones con las de otras. Pero creo que resulta evidente para cualquier mente medianamente lúcida, y sin necesidad de sesudos estudios psicológicos sobre el particular, que el sometimiento de unos críos de entre nueve y once años a la presión que conlleva un concurso televisivo, sea del formato que sea, pero más si es de este corte (prolongado en el tiempo y con un componente de espectacularización muy alto), no debe ser lo más sano ni procedente para su estabilidad emocional y su adecuado desarrollo educativo. Tampoco me gustaría pecar de mojigatería ni de excesiva sacralización de una infancia a la que tampoco hay por qué recluir en ninguna suerte de búrbuja con la cual quede absolutamente aislada de su entorno social más próximo; pero creo, humildemente, que todo tiene un límite, y este proyecto televisivo no sólo lo sobrepasa, sino que, además, va muchísimos pueblos más allá del mismo. ¿Qué hubieran dicho Carmen Caffarel y los miembros del Consejo de Dirección de RTVE si este proyecto –esta especie de Ankawa, en el que a alguna lumbrera se le ha ocurrido la genialidad de sustituir monos, loros y serpientes por niños; total, ya puestos...- hubiera surgido auspiciado por una cadena privada de televisión? Pues eso, señores, un poquito de seriedad y de coherencia, que nunca están de más para aliñar cualquier ensalada. A salto de mata X: Ese hombre...
Por Manuel Márquez - 23 de Septiembre, 2006, 16:29, Categoría: A salto de mata
Veinticuatro años al frente de la presidencia de la Junta de Extremadura: ahí es nada. A alguien capaz de conseguir algo así, más allá de los deméritos y defectos ajenos, no se le pueden negar méritos y virtudes propios: constancia, tenacidad, habilidad, astucia, inteligencia, visión estratégica, son elementos que, con toda seguridad, han ostentado lugar de privilegio en la "bolsa de viaje" de este avezado marinero de tierra adentro, y que le han permitido alcanzar un logro de tal calibre. Y es que nadar en aguas tan procelosas como las de la política sin ahogarte, y sin mayores daños apreciables que los de alguna pequeña vía de agua en la sala de máquinas (algo que también ha debido tener su peso, cómo no, a la hora de adoptar esta decisión, más allá de cualquier visión conspiranoica que a más de un analista se le ocurrirá también esgrimir), no es cosa sencilla, desde luego que no. Eso sí: más allá de la convicción algo intuitiva de la existencia de tales valores, yo me considero absolutamente incapaz de juzgar o analizar con rigor la trayectoria política de Rodríguez Ibarra, más allá de lo que se pueda concluir acerca de sus (muy sonadas) comparecencias y opiniones públicas y publicadas sobre algunos temas muy específicos de la actualidad nacional, que le otorgaron una proyección muy superior en alcance y ámbito territorial al que su estricto ejercicio de gestión política le podrían haber conferido en buena lógica. Extremadura es un territorio con una escasísima proyección en los medios a nivel nacional, lo cual se traduce en una tremenda ignorancia acerca de su realidad social, económica, política y de cualquier otra índole. Ésa es una realidad difícilmente rebatible; y hablo desde un territorio muy cercano geográficamente al extremeño, como es el andaluz; pero, en el ámbito de los medios, las cosas son como son. En consecuencia, sería un ejercicio temerario, y bastante poco honesto, el de entrar en valoraciones sobre los resultados de la gestión de Rodríguez Ibarra en sus veinticuatro años de gobierno, cuando poco se sabe acerca de los mismos. Pero a Rodríguez Ibarra no se le va a juzgar, no se le está juzgando, por su gestión política, entendida en términos de acción específica sobre su ámbito competencial propio. No, no, no... A Rodríguez Ibarra se le va a juzgar, se le está juzgando, por aquello que ha hecho de él un personaje relevante y conocido, que son sus declaraciones públicas, siempre bastante a contracorriente del tono y contenido habituales de los discursos políticos convencionales y siempre aptas para generar desplazamientos hacia un territorio en el que siempre ha demostrado encontrarse particularmente cómodo –y encantado de haberse conocido-, el de la polémica. Sus diatribas antinacionalistas y su defensa a ultranza de determinados personajes muy relevantes en la vida interna del Partido Socialista (e, incluso, en un momento dado, de la política nacional española) han hecho de él genio y figura, y, curiosamente, adalid de unas posturas fervientemente secundadas por un buen puñado de ciudadanos que, en cuanto a ubicación política y electoral, no se sitúa, precisamente, en posiciones cercanas (más bien, al contrario) a las de su etiqueta política oficial. ¿Audaz, valiente, franco, políticamente incorrecto? Bien, no seré yo quien niegue la posibilidad de adjudicar esos epítetos a los posicionamientos públicos de un personaje tan vehemente (y con un puntito histriónico indiscutible) como Rodríguez Ibarra. Pero, ojo, amigos lectores, no se llamen a engaño: él siempre ha medido perfectamente el alcance de lo que decía en cada lugar y en cada momento, y palabras que, en un determinado contexto, podían sonar a verdades como puños arrojados con toda sinceridad, y sin tapujos, en la cara del adversario –es decir, un ejercicio de arrojo y valentía-, tenían una dimensión de producto para consumo interno cuyos réditos electorales, a la vista ha quedado, han sido siempre cuantiosísimos. Y es que ya la formuló muy bien el presidente Maragall, refiriéndose a otro ilustre prócer socialista (¿?) recientemente retirado de la vida política activa; rezaba aproximadamente tal que así: si los míos me votan porque son los míos y los que no son míos me votan porque pienso igual que ellos, pues me vota todo el mundo. Elemental, ¿no? Lo que no debe ser tan sencillo es hacerlo sin que se te vea el plumero. Más aún cuando lo llevas enseñando más de veinte años. Lo dicho: genio y figura... Feliz retiro, señor, se lo tiene bien ganado, supongo. Los jueves, cine: Desaparecido (Missing; U.S.A., 1982)
Por Manuel Márquez - 21 de Septiembre, 2006, 19:14, Categoría: Cine: Los jueves, ... (críticas)
¿Costa Gavras? Cine político. ¿Desaparecido –Missing; U.S.A., 1982-? Un buen film político. Craso error. Y una auténtica lástima. Desaparecido, sin dejar de ser cine político, que lo es, y, además, de manera inequívoca, desde el punto y hora en que tanto su trama central -basada en el caso de la desaparición de un ciudadano estadounidense durante las primeras horas del golpe de estado de Pinochet en Chile contra el gobierno legítimo de Salvador Allende, en aquel aciago 11 de setiembre de 1973, y su búsqueda por parte de sus familiares más cercanos (su compañera sentimental y su padre) con la colaboración (ejem...) de la embajada de su país- como las diversas lecturas que, a partir de la misma, cabe extraer, tienen esa naturaleza, es algo más, mucho más que eso. Desaparecido es una de las películas más estremecedoras, uno de los dramas más intensos, que el cine haya podido dar a lo largo de toda su historia, además de uno de los retratos más descorazonadores que de la condición social del hombre, y del entramado sobre el que la misma se articula, haya podido hacer jamás cineasta alguno. Ni más, ni menos. No es Costa Gavras el único que, al mismo tiempo que nos asesta un puñetazo en la mismísima boca del estómago de los que tumban al suelo y hacen que cueste mucho levantarse, nos hace un regalo de muchísimos quilates con su película. Al frente de su elenco, Jack Lemmon, en uno de sus papeles postreros, hace un trabajo soberbio, derrochando toda la sabiduría acumulada a lo largo de sus muchos y muy fructíferos años de carrera y demostrando que no sólo ha sido uno de los mejores comediantes de todos los tiempos, sino un actor, así, sin apellidos de género, grande, enorme: la evolución de la actitud de su personaje, desde el estupor del americanito medio acomodado, escéptico y receloso, a la convicción asqueada de un San Pablo que ha terminado cayendo del caballo a fuerza de que un grupo de desalmados se empeñe en atentar contra un mínimo de su inteligencia, y cómo consigue dotarla de credibilidad y, sobre todo, transmitirnos su dolor, constituyen, sin duda alguna, un ejercicio grandioso de interpretación. Y a su lado, dándole réplica, si no a su misma altura, sí al menos dignamente, una encomiable Sissy Spaceck: su trabajo no es, ni mucho menos, de poco nivel (le mereció, al igual que a su compañero, una nominación al Oscar a la mejor actriz; ni uno ni lo otro consiguieron, relegados por otros dos grandes, como Ben Kingsley y Meryl Streep, respectivamente), pero resulta difícil no palidecer bajo el fulgor de una prestación tan, tan brillante como la que Jack Lemmon ofrece a lo largo de todo el metraje. Costa-Gavras no dejó, ni ha dejado a día de hoy, de dirigir con regularidad después de Desaparecido: hasta once películas posteriores (dos de ellas, de autoría colectiva) llevan su firma, y, en todas ellas, se mantiene constante su vocación de denuncia, su contenido marcadamente político y, sobre todo, su voluntad de no esconderse, de no dejar de decir, bien alto y bien claro, que, pese a quien pese –habrá a quien guste, y habrá a quien no-, él sí se posiciona. Y sigue estando en el mismo sitio. Desgraciadamente, ellos –esos a quienes tan rotunda y descarnadamente desenmascara en Desaparecido-, también. Y siempre habrá quien no quiera verlo: es legítimo, está en su derecho; todos, en un momento dado, pese al empeño de gente como Costa-Gavras, miramos para otro lado. Pero, después de ver películas como ésta, ya no podremos decir jamás que no sabíamos: la mirada es libre, ver o no ver depende de la voluntad de cada cual; la ignorancia, cuando has visto, ya no lo es, porque ya no existe.... Grageas de cine XXIII: a propósito de... The matador (U.S.A., 2005)
Por Manuel Márquez - 19 de Septiembre, 2006, 18:34, Categoría: Cine: Grageas de ...
LOS GUAPOS TAMBIÉN SABEMOS ACTUAR....- He aquí el caso de Pierce Brosnan. Y he aquí el caso de The matador (U.S.A., 2005), una peliculita menor a la que, más allá de su condición –innegable- de vehículo de lucimiento de Brosnan, no se le puede negar, tampoco, un puntito socarrón y desvergonzado que la hacen digna de la simpatía de todo aquel degustador de piezas cinematográficas alejadas de los registros más comercialmente al uso, además de ofrecer, en un formato cuya brevedad se agradece (poco más de noventa minutos), un ratito de entretenimiento a costa de desfigurar y caricaturizar, hasta el sarcasmo y el patetismo, la figura de un personaje que, por momentos, llega a inspirar una mezcla de terror y lástima en la cual nunca se sabe muy bien cuál, de los dos lados de la balanza, es el que pesa más. Julian Noble. Ése es el nombre de ese elemento, un killer profesional, alcohólico y pedófilo confeso, a quien los años y los excesos le van presentando facturas que cada vez son más difíciles de saldar, y a quien un encuentro casual con un alma cándida, encarnada en la figura de un tal Danny Wright –personaje a quien da vida un también bastante acertado Greg Kinnear, sobrio, consistente y tremendamente creíble-, le permitirá asumir una penúltima pirueta desde la cual poder retroceder desde el borde del abismo (hasta el fondo del pozo, que tampoco las opciones redentoras para personajes de ese pelaje suelen ser, habitualmente, demasiado halagüeñas). Todo, absolutamente todo, en la película, gira alrededor de él. Y él es Pierce Brosnan. Decir que Pierce Brosnan lo borda no constituye, ni muchísimo menos, ningún acto de injusticia: inmoral, excesivo, histriónico, exagerado, bruto y zafio, sabe dotar en todo momento a su interpretación de un descaro y una soltura que vienen a su personaje como anillo al dedo. Tampoco es tan complicado: personajes así son caramelitos que ningún actor con un mínimo de pretensiones puede dejar escapar vivo, y Brosnan lo explota a conciencia, y le saca todo el jugo, hasta su última gotita. Nada que objetar, pues, sobre ese particular. Y la historia, aunque no se trata de ningún dechado de originalidad y se mueve constantemente dentro de los márgenes de la previsibilidad más absoluta (pese a sus elementos de intriga), resulta entretenida y, llevada al ritmo adecuado, como sucede en el caso de autos, se devora sin mayores problemas. En cuanto a las grandes reflexiones sobre la condición humana, o las vueltas de tuerca argumentales que dejan a la platea boquiabierta, quizá sea mejor, amigos lectores, que las busquen ustedes en productos de otro corte y perfil. Ah, y tampoco se equivoquen, después de todo lo leído. ¿La dueña y señora de la función? Hope Davis, que se merienda en dos secuencias al prota y a su secuaz. ¿El secreto? Vean la película, y me lo cuentan luego... Metablog I: Una duda elemental
Por Manuel Márquez - 15 de Septiembre, 2006, 11:14, Categoría: Metablog
Atendiendo a las premisas con las que empecé a hacer este blog, no tendría mucho sentido especializar. Yo ya escribía, y escribo, sobre cine en otras publicaciones, especializadas en la materia. Pero me apetecía escribir sobre otros temas que, en esas publicaciones, no tenían cabida. Y, sobre todo, no emponzoñarme, no agriarme la sangre: esto de la escritura es, en ocasiones, un veneno al que, si no se le da salida, termina invadiendo todos los fluidos corporales y poniendo a uno de muy mal cuerpo –lo cual no significa que siempre resulte sencillo, pero ésa es harina de otro costal, objeto para otra reseña-. ¿Me sigue apeteciendo escribir sobre esos otros temas? A veces, sí; a veces, no. He de confesarles que me siento más cómodo escribiendo sobre cine que sobre cualquiera otra cuestión; debe ser una cuestión de querencia. Pero no siempre dispongo de "material escribible": un problema logístico que también condiciona posibles decisiones al respecto. Si de lo que se trata es de decidir en base a un cálculo "estratégico", supongo que cualquier opción es neutra: el colectivo de lectores potenciales es tan amplio, dispero y heterogéneo, que, en un balance definitivo, las "ganancias" y las "pérdidas" se terminarían equilibrando, y en base, además, a las más variopintas motivaciones. O sea, tampoco esta vía me ofrece una solución interesante, y, me temo, me sume aún en dudas mayores que las que tenía cuando abordé inicialmente la cuestión: buenas alforjas para un no menos malo viaje... ¿Y ustedes, amigos lectores, qué opinan? Cualquier recomendación, sugerencia, opinión (o palabra de aliento: todos necesitamos, en un momento dado, una palmadita en el hombro, cómo no...) será bienvenida, y agradecida, aunque no pueda contar con la posiblidad de ser premiada, de resultar agraciada en un sorteo, con la bonita suma de 6.000 €. Desventajas de la gratuidad de los blogs... Artículos anteriores en Septiembre del 2006
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