Agosto del 2006

Grageas de cine XXI: a propósito de... El último metro (Francia, 1980)

Por Manuel Márquez - 13 de Agosto, 2006, 18:27, Categoría: Cine: Grageas de ...

Igual que pocos años antes hiciera con el mundo del cine en la maravillosa La noche americana (La nuit américaine, 1973), Truffaut proyecta, en El último metro (Le dernier métro, 1980), su mirada sobre el mundo del teatro, si bien lo hace en un contexto radicalmente diferente, sustituyendo el radiante y relajado ambiente de su rodaje fílmico de la primera por la sordidez y la opresión con que se ha desarrollar la preparación de un montaje teatral en la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. No crean, sin embargo, que, en función de tal contexto, la película guarda relación alguna con la genial obra maestra de Lubitsch Ser o no ser(To be or not to be, 1942), comedia de corrosiva acidez que también se desarrolla en unas coordenadas muy similares.

El último metro no se trata de una comedia, sino de un drama; drama en el que, como cabe esperar de toda película de Truffaut, hay un cierto hálito amable y bondadoso que consigue que la exasperación callada, el desánimo que, inevitablamente –dadas las circunstancias-, se abate sobre los protagonistas y sus cuitas, no llegue a resultar paralizante. Siempre hay ocasión para una sonrisa, una pequeña broma, y, además de eso, la ilusión de sublimar a través de la creación artística las miserias políticas y personales que asolaban a todo un país, y del que los personajes principales de esta historia son un magnífico exponente.

Y, por encima de todo, está el amor, la fuerza, el motor que, al fin y a la postre, como en toda la filmografía truffautiana, termina moviendo y justificando las acciones y actitudes de los encargados de encarnar sus historias; en este caso, y con una configuración que siempre resultó particularmente cara al autor francés, formando un triángulo desde cuyo vértice, una deslumbrante Marion Steiner –Catherine Deneuve en su momento, quizá, de máximo esplendor (¿cabe hablar, respecto a la superdiva francesa, de momentos de esplendor...?)-, bien secundada por un tan joven como solvente Gérard Depardieu, recorre, a través de un proceso tan sutil como ineludible, un itinerario sentimental en el que hay cabida para pasado, presente y futuro, para la pasión personal y la profesional, para el amor y para el arte.

Magnífica muestra del cine de su autor, este film se vio colmado con un buen número de premios César y con la candidatura francesa al Oscar a la mejor película de habla no inglesa de ese año. Una inmejorable ocasión para disfrutar de la creación de un cineasta de primerísimo nivel.

Cosas de esas que no entiendo

Por Manuel Márquez - 8 de Agosto, 2006, 17:00, Categoría: Medios

Nada más lejos de mi ánimo e intención que el pretender introducirme en las profundidades y espesuras de los caminos por los que transita, con mucho mayor y mejor conocimiento de causa que el de este humilde escribiente, mi compañera en estas lides blogueras , Sonia Blanco (no en balde, su tesis doctoral, y buena parte de su dedicación universitaria, investigadora y docente, en materia de medios de comunicación, se centra, de manera concreta, en los procesos de espectacularización de la información en éstos); pero hay ocasiones en que ciertas imágenes le provocan a uno (de natural, por lo general, bastante poco sensible) una serie de reacciones en cadena, cuyo final lógico (en el contexto de que uno, al fin y al cabo, tiene una querencia bastante pronunciada por darle a la tecla) es éste: una reflexión, negro sobre blanco, y, destacadas entre muchas otras, un par de preguntas. ¿Por qué? ¿Para qué?

Trátase de lo siguiente. Hace unos días, un informativo de una cadena generalista, edición de mediodía, emitía unos imágenes relacionadas con un desastre meteorológico ocurrido en México, que causaba una serie de inundaciones con el resultado de cuantiosos daños tanto materiales como humanos: entre estos últimos, numerosas personas desaparecidas y fallecidas, entre las cuales se encontraba un niño de corta edad, cuyo cuerpo sin vida, cubierto de fango, desmadejado y envuelto en una frazada, era llevado en brazos por un adulto. Y ahí estaba su imagen: sin previo aviso, brutal, estremecedora... Primero, fue el horror, el espanto; después, la estupefacción, el desconcierto; y, finalmente, la indignación, o, para que ustedes me entiendan bien, un cabreo de órdago. El mismo que me ha empujado, definitivamente, a escribir estas líneas.

No se equivoquen, amigos lectores. No soy de los que cambian de canal cuando aparecen imágenes de guerras, matanzas, masacres y cualesquiera otros desmanes, naturales o no tanto, a los que tan dados somos los componenentes de esta curiosa especie humana. Tampoco me regodeo morbosamente en su contemplación, pero siempre me he considerado, con fundamento, eso que comúnmente se suele denominar ?un tío con mucho estómago?, al menos en lo relativo a imágenes televisivas ?otro cantar sería encontrarse con esas visiones ?en vivo y en directo?: afortunadamente, jamás me ví en tal tesitura, pero dudo mucho que mi cuajo y resistencia dieran de sí para muchos alardes-.

Por otro lado, siempre he sido contrario a cualquier tipo de censura, fuera en base al criterio que fuera (ya moral, ya ético, ya estético), sobre este tipo de imágenes: si algo pasaba, bien estaba mostrarlo tal cual sucedía, sin ningún tipo de retoque, aditamento o manipulación. Nunca está de más saber de qué pasta estamos hechos, y, si se quiere sensibilizar acerca de cierto tipo de horrores, no son tapujos y ocultaciones los medios más adecuados para conseguirlo.

Pero, qué quieren que les cuente; no sé si será la edad (uno ha pasado ya la barrera de los cuarenta: sí, cierto, no pasa nada, pero...) o la circunstancia personal (algo ?más bien, mucho- debe pesar el ser padre de un crío de corta edad, que aún no ha cumplido los cuatro añitos): la cuestión es que no fui capaz de soportar con entereza el visionado de esas imágenes, me derrumbé. Y, en cualquier caso, más allá de eso ?de hecho, es algo que aún a estas alturas me sigue rondando la cabeza-, no alcanzo a entender su necesidad, su conveniencia o su interés, desde el punto de vista informativo (que, al fin y al cabo, es del tipo de material del que estamos hablando). ¿Era necesario mostrar el hecho ?tan tremendo, tan descarnado- para dar cuenta de su acaecimiento? ¿Ayudaba esa imagen a algo, a alguien; hacía algún bien, algún beneficio, en general o en concreto? ¿Qué consiguió con ella el que la tomó, el que la mostró, el que la vió? Muchas preguntas para las que no encuentro respuesta, y es posible que casi prefiera no encontrarla. Miedo me da.

Hoy, en contra de lo que suele ser habitual en este blog, no habrá imágenes acompañando a un artículo. En su lugar, las dos preguntas: ¿por qué? ¿para qué?

A salto de mata IX: ¿Casualidades?

Por Manuel Márquez - 7 de Agosto, 2006, 16:18, Categoría: A salto de mata

Creo en las casualidades: en su existencia y en su importancia. Lo que no creo es que sean siempre determinantes, y que, por tanto, sean las que rigen de manera absoluta, más allá del imperio de las relaciones causa-efecto, los acontecimientos que tejen el devenir de nuestras existencias, ya sea a nivel personal o colectivo.

Han coincidido, o casi, en fecha reciente, dos informaciones en los medios que, aparentemente inconexas, creo que dan una idea bastante exacta de un cierto estado de cosas en un cierto ámbito de la vida social española; concretamente, el de la justicia. Creo que su aparición casi coincidente sí es plenamente casual; pero la interrelación entre una y otra nos ofrece una muestra evidente de cómo se tejen y encadenan las relaciones causa-efecto entre acontecimientos cuya apariencia inicial invita a pensar que no guardan relación alguna entre sí.

La primera noticia, de bastante calado –y, en consecuencia, amplia y profusamente recogida por toda la prensa nacional-, , aunque una primera mirada invite a reducirla a un mero apunte estadístico, es la que nos da cuenta del estado actual de atasco del sistema judicial español, visto desde una perspectiva global: los casos pendientes de resolución ascienden a la nada desdeñable cifra de 2.000.000, aproximadamente. Bien; un análisis en profundidad nos podría dar argumentos, explicaciones, causas y motivos sobre tal circunstancia, pero, en principio, dejémoslo ahí. Un dato objetivo. Y punto.

La segunda noticia –o, más que noticia, información, ya que no da cuenta de un hecho concreto y actual, sino que se trata de un reportaje de corte más bien genérico-, recogida en la edición de ayer de un diario de tirada nacional, nos habla de los "milagrosos" casos de nacionalización de afamados "futboleros", cuyos expedientes, ya sean administrativos o judiciales, gozan de una rauda tramitación, gracias a la inestimable "ayuda" proporcionada por los responsables y funcionarios de turno que, sabiamente "estimulados" (entradas, pases de favor, autógrafos, camisetas, regalillos de ese tipo: ya saben, nada ilegal, pura filfa, detallitos sin mayior importancia...) por los representantes de los clubes afectados, saben lo que hay que hacer para que esos procedimientos, de vital importancia para el sano y correcto funcionamiento de los servicios básicos de nuestro país, no se vean afectados por la mortífera dolencia de la que daba cuenta la primera noticia.

O sea, que, conforme a lo que dicta la Constitución española, todos somos iguales ante la ley... ma non troppo.

O sea, que no nos engañemos, que es mucho más importante para la ciudadanía de este país (al menos, para aquella que bebe los vientos por el Real Madrid...) que Ronaldo pueda dejar una plaza libre de extranjero para su club en el supersónico plazo de once meses que la resolución de un proceso contencioso-administrativo que permita la ampliación de las plazas del colegio de mi barrio, por la cual llevamos suspirando varios años (por poner un ejemplo, hay 2.000.000 donde elegir, que nadie se me enfade...).

O sea, que nadie se va a rasgar las vestiduras, ni va a pensar que se trata de algo escandaloso... ya se sabe, esto es España, y quien tiene un amigo, tiene un tesoro, ¿no...?

En fin, ¿ven ahora por qué yo no creo, siempre, en las casualidades...?

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