Oigo en la radio una información acerca de una reunión interna de líderes del Partido Popular, en la cual, al parecer, su máximo líder, Mariano Rajoy, exhorta a los suyos a que las discrepancias internas no se aireen en los medios, sino que se resuelvan en el ámbito interno del partido –es decir, una formulación "en fino" del viejo aserto aquel que reza que "los trapos sucios se lavan en casa"-. Vana pretensión, me temo, en la medida en que atenta contra la lógica más elemental de las situaciones a las que hace referencia.
Hay un viejo axioma (en cuya certeza creo a pies juntillas) que proclama que, en política, si quieres hacer carrera, y alcanzar puestos de responsabilidad (es decir, de poder), de quiénes has de preocuparte, realmente, es de tus enemigos (internos), no de tus adversarios (externos). Tiene su lógica aplastante: son aquellas personas que aspiran a los mismos puestos que tú quiénes te pondrán todas las chinas en el zapato (de manera más o menos noble, más o menos leal, más o menos limpia) para dificultarte el logro de ese objetivo, en la medida en que tu éxito significa su fracaso. Así de simple, así de crudo. Y, en cualquier caso, es bien sabido que las luchas limpias, leales y nobles no son la moneda más común en este mercado de la política –ni, posiblemente, en ningún otro en el que se ponen en juego cuestiones de poder, sea éste del tipo que sea-.
En ese contexto de lucha interna por el poder dentro de un partido, una herramienta de uso común y de efectividad más que demostrada es la desestabilización a través de campañas orquestadas: se trata de seleccionar un tema vistoso, que puede tener repercusión y calado entre el gran público, darle un enfoque determinado que sea contrario a los planteamientos de tu "enemigo" y darle el máximo "aire" posible; un aire que siempre, en todo caso, van a proporcionar los medios. ¿Qué sentido tiene organizar una campaña de descrédito contra Fulanito, o Menganito, si no va a tener repercusión en los medios de comunicación? Ninguno, porque su eficacia sería nula. ¿Consecuencia? Los trapos sucios no se lavan en casa, sino en medio de la calle, y con cuántas más luces y más taquígrafos por medio, mejor...
Traducido al castellano antiguo, y aplicado al caso concreto: si lo que Mariano Rajoy pretende, entre otras cosas, pero fundamentalmente, es que Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre dejen de tratarse a bofetada limpia, al ritmo de los pulserazos de Tita Cervera, en mitad del Paseo del Prado, lo tiene crudo, crudísimo, y más le valdría desistir del intento, si es que ha llegado a planteárselo seriamente. El problema es que tiene demasiado claro que las bofetadas que ambos se reparten mutuamente no tienen como objetivo último el eliminarse el uno a la otra, y la otra al uno, en la búsqueda de sus posiciones actuales, sino que apuntan más alto, hacia otro sillón. Ese mismo, señor Rajoy, ese mismo, blandito y calentito, ¿eh....? Disfrútelo mientras pueda, que nunca se sabe...