No resulta fácil, amigos lectores, para alguien que se califica a sí mismo como cinéfago, el hacer una confesión como la que les haré en las líneas subsiguientes, pero, en fin, hay que entender que el cinéfago, más allá de tal condición, ostenta la de ser humano, y todos sabemos que, en el ámbito de lo humano, todo tiene un límite. Lo cual significa que, en este caso concreto, y aun con los mejores intenciones, no siempre es uno capaz de acabar de ver una película cuyo visionado afronta con la mayor buena voluntad del mundo. ¿El nombre de la "víctima" -o, quizá, para ser más exactos, el verdugo-? Las manos vacías, de Marc Recha (España/Francia, 2003).
No soy yo, sino su mismo autor –en la presentación de la película que, previa a su emisión, realizaba dentro del programa Versión Española, de TVE-2 (el pasado lunes, día 1 de mayo)-, el que empieza confesando que no es el soporte televisivo (y más si la versión que se emite no respeta la banda de sonido original, sino que está doblada) el más adecuado para afrontar una obra de este corte. Apreciación que, en cualquier caso, comparto plenamente con él. Pero no me voy a escudar en esa circunstancia para justificar mi forma de proceder; la contemplación de esta obra en una magnífica sala oscura de cine, con pantalla supermegapanorámica, sonido "dorvisurraun" y sentado en una excelente y ergonomiquísima butaca, no hubiera impedido que sucediera lo que finalmente sucedió el pasado lunes: pasaporte directo a la cama, sin pasar por la casilla de salida, y presto a buscar, en los brazos de Morfeo, imágenes, si no más bellas y sugerentes que las que estaba viendo (que lo eran, y mucho) en la pequeña pantalla del salón de mi casa, sí, al menos, más estimulantes en lo personal.
No tengo nada en contra de este tipo de cine, poco convencional, que se sale de los estándares y cánones de las propuestas más comerciales y habituales en nuestras pantallas, tanto grandes como pequeñas. Entiendo que, para aquellos que puedan sentirse atrapados por sus planteamientos, es tan disfrutable y enriquecedor como cualquier otro, siempre que esté hecho desde el rigor, la calidad y el compromiso artístico. Pero, en mi opinión personal, no deja de parecerme una especie de "pornografía poética": al igual que el cine porno se despoja de todo aquello (historias, tramas, argumentos, personajes, interpretaciones) que no constituye la "almendra" y esencia de su fundamento y razón de ser, que no son otros que la exhibición inmisericorde de "metralla" en sus más variadas "fórmulas" (o posturas, o prácticas, el nombre es lo de menos), también este cine tan despojado de todo aquello que no es poesía en imágenes y sonidos me llega a resultar demasiado "ombliguista", demasiado reduccionista, demasiado ceñido a algo tan puro como, por ello mismo, inasible. O yo, en cualquier caso, me siento casi siempre (me pasa también con muchas películas iraníes, me pasa también con el cine de Angelopoulos) incapaz de asirlo. Qué se le va a hacer, cada uno es como es...
Tampoco tengo nada en contra de que a producciones de este tipo se las califique como "cine", porque de cine, se trata, al fin y al cabo (aunque no toda imagen y sonido en movimiento sea cine: la retransmisión televisiva de un partido de fútbol, según tengo entendido, no es cine...); pero creo que resultaría enormemente clarificador –y, teniendo en cuenta la vocación "etiquetadora" que buena parte de la crítica cinematográfica suele exhibir, nada complicado- dotarle de algún calificativo, que tuviera un marchamo oficial (algo así como lo del Dogma, o, mejor aún si cabe, una especie de Denominación de Origen, como los buenos vinos o los buenos jamones...), con el que, al menos, y a priori, tuviéramos claro a qué nos exponemos cuando lo abordamos. Anímense, amigos lectores, y hagan sus apue..., perdón, propuestas.