Mayo del 2006Grageas de cine XVII: a propósito de... La blanca paloma (España, 1989)
Por Manuel Márquez - 31 de Mayo, 2006, 21:45, Categoría: Cine: Grageas de ...
BANDERAS: AÑO 3 A.H. Una propuesta ambiciosa, si se atiende al calado de los temas que en la misma se tocaban, tanto de carácter político-social (la violencia terrorista en Euskadi –que, por cierto, alcanzaba en aquel entonces uno de sus momentos más sangrientamente álgidos-) como de índole más estrictamente psicológico o personal (las turbias relaciones incestuosas en un entorno de sordidez y hostigamiento), o se observa el tremendo potencial de su reparto actoral –ya sea por el lado de los más veteranos (Francisco Rabal y Mercedes Sampietro, aunque el papel de esta segunda sea de carácter casi testimonial) como por el de las jóvenes promesas (Emma Suárez y Antonio Banderas en todo su esplendor veinteañero)-, pero que hacía aguas por su incapacidad para conseguir una trabazón consistente, creíble y dramáticamente atractiva de sus dos planos temáticos, así como por el pobre juego que se extrae de sus protagonistas, embarcados, creo que infructuosamente, en dar vida a un guión que peca, en la mayoría de las ocasiones, de pretenciosamente críptico. En suma, una propuesta fallida por su pretenciosidad y porque, con el paso de los años, aún queda más de relieve cuán anclada a unos presupuestos estéticos y tonales muy concretos –los de ese tiempo- estaba. Y se pone en evidencia, una vez más, que una buena película no es tanto una cuestión de sumas, sino de equilibrios: algo que, en este caso, falla estrepitosamente. Tampoco es algo por lo que haya que tirarse de los pelos: francamente, pienso que la inmensa mayoría de las películas (por no decir que la práctica totalidad) de las pelis que Banderas ha protagonizado en Estados Unidos no son productos de mucha mayor calidad que éste. Misterios, en fin, acerca del real y profundo significado del verbo "triunfar"....
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Etiquetas: Antonio Banderas, blanca paloma, Juan Miñón
Varietés artísticas III: Bono, Madonna o la perversión de las etiquetas
Por Manuel Márquez - 24 de Mayo, 2006, 17:50, Categoría: Varietés artísticas
Grandes estrellas omnipresentes, de manera permanente, en los medios de comunicación más señalados, Bono y Madonna generan, de manera torrencial, toneladas de información que, si por algo fundamental se caracteriza, es porque siempre viene a redundar en una cierta "imagen de marca" que impregna a uno y a otra. En el caso de Bono, la del artista solidario y comprometido; en el de Madonna, la de la estrella escandalosa y provocadora. Se trata, evidentemente, de etiquetas, y, como tales, obedecen a una mezcla de realidad y ficción, certeza y falsedad, que, eso sí, genera inequívocamente un beneficio para su portador (o portadora): punto en el que radica el auténtico quid del asunto, como bien pueden comprender mis amigos lectores. De todos modos, no cabe confundir un caso con otro, aun cuando existan coincidencias obvias entre ambos, ya que también existen diferencias sustanciales: mientras que en el caso de Bono (y, ojo, que se trata de un artista por el que no guardo una especial simpatía personal, aunque tampoco le tenga mayor animadversión), creo que nos encontramos ante una relación simbiótica entre el personaje público y las causas a las que, al menos aparentemente, sirve (y de las que, a su vez, se sirve para alimentar esa imagen de hombre comprometido y concienciado con los grandes problemas de la humanidad, que tan buenos réditos le proporciona en su traducción a venta de discos), en el caso de Madonna no parece haber causa más consistente y verificable que la del engradecimiento de su (ya bastante voluminosa, supongo) cuenta corriente. Son planteamientos, enfoques, que, personalmente, no me gustan, en la medida en que implican la proyección de aspectos personales sobre la valoración artística de estos personajes, pero me temo que, en este mundo globalizado y sometido al imperio del estereotipo y de la imagen convenientemente cultivada, es difícil escapar a ellos. E, insisto una vez más, siempre que hay tener muy claroque se trata de supuestos que, desde situaciones de partida bastantes similares, también presentan diferencias de fondo. En el caso de Bono, recuerdo que durante mis (bastantes) años como militante (bastante) activo de Amnistía Internacional, siempre renegué, incluso jurando en arameo, de las actitudes –en algunos casos, tan falsas como una moneda de chocolate...- de estos artistas que, como él, contribuían a prestar su imagen pública a la difusión de las actividades y fines de la organización, pero jamás dejé de reconocer, desde un mínimo de realismo y sensatez, lo positivas que resultaban para la obtención de más apoyos, tanto personales como económicos; o sea, que su eficacia estaba más que demostrada, y poco cabía objetar al respecto. Por otro lado, y a la hora de hacer una valoración positiva, aunque sólo sea en parte, y en contra de los gustos personales, tampoco podemos olvidar otras dos circunstancias fundamentales: se trata de un apoyo que, sin proyección pública, pierde la práctica totalidad de su potencial (con lo cual su prestación callada y anónima, aun cuando sería algo moralmente muy estimable, no tendría la efectividad antes apuntada); y, además, no podemos olvidar que existe una infinidad de artistas que, en similar circunstancia, y pudiendo prestarlo igualmente, prefieren reservar sus alardes para otras causas más personales. Algo sí que les puedo asegurar, amigos lectores, más allá del juicio de valor que personajes como Bono, Madonna y unas cuantas docenas más de ralea similar me puedan merecer: los solidarios, los justos, los rebeldes y los transgresores están en otros sitios, porque las luchas que ellos libran tienen lugar muy lejos de los oropeles, los fastos y los escenarios en los que aquellos se suelen mover. En serio... Grageas de cine XVI: publicidad gratuita
Por Manuel Márquez - 15 de Mayo, 2006, 17:33, Categoría: Cine: Grageas de ...
Que los aparatos mercadotécnicos de las productoras y distribuidoras pongan en marcha iniciativas de este tipo, me parece lógico y comprensible: forma parte de su trabajo, y constituyen una pieza más en ese brutal engranaje –al que se dedica una cantidad ingente de esfuerzos (traducibles en, o traducción de, según se mire, pasta gansa y fresca...)- cuyo objetivo último es bombardearnos, día y noche, de lunes a domingo, y en todo momento, sobre la peliculita en cuestión, a fin de empujarnos a las salas de cine a que la veamos. Pero que un medio al que se le supone seriedad, prestigio, empaque y un cierto nivel de rigor intelectual e informativo, como es El País, les haga el juego, me parece tan infumable como la propia entrevista en sí. Y, ojo, se lo está diciendo a ustedes, amigos lectores, alguien para quien la compra y lectura de El País es como la misa de un meapilas: diaria y sin remisión; o sea, nada sospechoso de guardarle poca simpatía a tal medio. En fin, se agradecería que, por el bien de sus lectores y en aras del rigor informativo y el respeto debido a los mismos, en casos como el que nos ocupa, el diario tuviera la gentileza de incluir en el encabezamiento de la página esa etiqueta de "PUBLICIDAD" con la que se nos advierte de que lo que vamos a leer a continuación se trata, ni más ni menos, que de eso, de publicidad. Aunque no se cobre por ella en tal concepto (otras fórmulas más sibilinas habrá, supongo...). Y todos contentos, ¿no? A salto de mata IV: así lavaba, así, así...
Por Manuel Márquez - 13 de Mayo, 2006, 19:56, Categoría: A salto de mata
Hay un viejo axioma (en cuya certeza creo a pies juntillas) que proclama que, en política, si quieres hacer carrera, y alcanzar puestos de responsabilidad (es decir, de poder), de quiénes has de preocuparte, realmente, es de tus enemigos (internos), no de tus adversarios (externos). Tiene su lógica aplastante: son aquellas personas que aspiran a los mismos puestos que tú quiénes te pondrán todas las chinas en el zapato (de manera más o menos noble, más o menos leal, más o menos limpia) para dificultarte el logro de ese objetivo, en la medida en que tu éxito significa su fracaso. Así de simple, así de crudo. Y, en cualquier caso, es bien sabido que las luchas limpias, leales y nobles no son la moneda más común en este mercado de la política –ni, posiblemente, en ningún otro en el que se ponen en juego cuestiones de poder, sea éste del tipo que sea-. En ese contexto de lucha interna por el poder dentro de un partido, una herramienta de uso común y de efectividad más que demostrada es la desestabilización a través de campañas orquestadas: se trata de seleccionar un tema vistoso, que puede tener repercusión y calado entre el gran público, darle un enfoque determinado que sea contrario a los planteamientos de tu "enemigo" y darle el máximo "aire" posible; un aire que siempre, en todo caso, van a proporcionar los medios. ¿Qué sentido tiene organizar una campaña de descrédito contra Fulanito, o Menganito, si no va a tener repercusión en los medios de comunicación? Ninguno, porque su eficacia sería nula. ¿Consecuencia? Los trapos sucios no se lavan en casa, sino en medio de la calle, y con cuántas más luces y más taquígrafos por medio, mejor... Traducido al castellano antiguo, y aplicado al caso concreto: si lo que Mariano Rajoy pretende, entre otras cosas, pero fundamentalmente, es que Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre dejen de tratarse a bofetada limpia, al ritmo de los pulserazos de Tita Cervera, en mitad del Paseo del Prado, lo tiene crudo, crudísimo, y más le valdría desistir del intento, si es que ha llegado a planteárselo seriamente. El problema es que tiene demasiado claro que las bofetadas que ambos se reparten mutuamente no tienen como objetivo último el eliminarse el uno a la otra, y la otra al uno, en la búsqueda de sus posiciones actuales, sino que apuntan más alto, hacia otro sillón. Ese mismo, señor Rajoy, ese mismo, blandito y calentito, ¿eh....? Disfrútelo mientras pueda, que nunca se sabe... Varietés artísticas II: Pasión Vega
Por Manuel Márquez - 12 de Mayo, 2006, 20:46, Categoría: Varietés artísticas
Se trata de un programa -Bienaventurados es su título- que, en general, no me despierta mayor interés, con lo cual no suelo prestarle demasiada atención, pero el pasado lunes no pude evitar dedicarle unos minutos, a partir del momento en que descubrí, allí, detrás de un piano, a la poseedora de la que, probablemente, sea la mejor voz femenina del panorama de la música popular española: Pasión Vega, una malagueña risueña y sencilla, lejos de la pose afectada y los delirios de grandeza que suelen aquejar a sus compañeras de gremio, y que, con sólo unas pinceladas, ráfagas fragmentarias de temas de leyenda, consiguió, una vez más, deleitarme y dejarme extasiadito ante la pequeña pantalla. ¿Por qué Pasión Vega, con esas dotes vocales extraordinarias y esa personalidad tan encantadora, no rompe como la gran estrella que, indudablemente, debería ser desde hace ya tiempo? Más allá de lo que se puede atribuir sobre ello a las veleidades de ese mundillo tan incierto (y puñetero) en el que se mueve, en el que siempre es difícil pronosticar éxitos y fracasos en atención a criterios de lógica artística, sí que hay una circunstancia cierta, y es la de que estamos ante una artista que sufre un grave "desajuste de mercado". Y me explico. La voz de Pasión Vega es de un timbre y tesitura que se adaptan perfectamente a un género como la copla; ése es el registro en el que alcanza su máxima brillantez y esplendor, una profundidad y elegancia totalmente sin parangón en el escalafón actual del género, y que nos remite a voces legendarias de artistas ya desaparecidas, encabezadas por la inmortal Concha Piquer. Y la copla, hoy día, amigos lectores, a pesar del empeño que, en la década de los 80" del pasado siglo, puso cierto sector más o menos intelectualoide por reivindicarla, airearla y elevarla a los altares (baste recordar las devociones almodovarianas sobre el particular), no atraviesa, desde luego, sus mejores momentos. Como consecuencia de lo anterior, y a fin de sobrevivir en el mercado musical, nuestra artista se ve en la perspectiva de tener que adentrarse en géneros musicales más cercanos a la música ligera, aun con ciertos aires de canción de autor, en los que su brillantez vocal queda muy difuminada. Y ahí, en esa "liga", en la que el número de contendientes es mucho más numeroso, y las figuras más destacadas suelen moverse en otros registros (no sólo vocales, sino, fundamentalmente, de imagen pública), Pasión Vega no pasa de andar por la mitad de la tabla: competir con La oreja de Van Gogh, o con los innumerables "triunfitos" que pueblan las listas de éxitos musicales de nuestro país, no debe resultar muy cómodo para una chica que anda muy lejos, lejísimos, de gastar poses escandalosas, pasecitos de modelos o filigranas de ese tenor. Una pena: a mí me encantaría que Pasión Vega pudiera triunfar por todo lo alto cantando excelsamente esas coplas maravillosas que forman parte del acervo más rico de la música popular de nuestro país; porque creo que se lo merece ella, y se lo merecen los amantes del género (yo no quisiera contarme entre ellos: a mí la copla me gusta, pero tampoco excesivamente). A falta de ello, disfrutémosla con aquello que se nos ofrece, y esperemos ocasiones más propicias. Tendrían que llegar... Los jueves, cine: Kill Bill vol. 1 (U.S.A., 2003)
Por Manuel Márquez - 11 de Mayo, 2006, 21:35, Categoría: Cine: Los jueves, ... (críticas)
La de Tarantino, por lo demás, se ofrece de manera magnífica a tal empeño, porque ofrece un aluvión pirotécnico de imágenes que incluso para alguien que, como es mi caso, no puede calificarse como un gran amante del cine de acción, resulta auténticamente deslumbrante. Brillantez compositiva, ritmo frenético –y, aún así, perfectamente ajustado al entramado narrativo del film-, disposición adecuada de los elementos formales y/o accesorios –músicas, vestuarios, peinados, decorados y efectos especiales perfectamente diseñados y ejecutados en función de la imaginería visual a la que sirven-, un elenco (muy en especial, en lo que se refiere a su flanco femenino) de un atractivo tremendo –con especial mención para una Uma Thurman que auna el glamour de una belleza estelar con unas hechuras de heroína de acción (sobre las cuales no había precedente alguno que permitiera adivinarlo) de manera admirable-; es fácil que a uno se le agoten los calificativos elogiosos y las apreciaciones positivas cuando se pone a la tarea de plasmar negro sobre blanco su opinión sobre la propuesta del controvertido director estadounidense, más aún si las mismas están recogidas "en caliente", aún bajo los efectos narcotizantes y electrizantes a la vez, valga la paradoja, de ese torrente de celuloide hirviente. Pero, como decía la canción, y aunque no nos vayamos haciendo viejos, el tiempo pasa, y, con él, esos primeros (y, a veces, fugaces) efectos, de forma que esa impresión inicial va cediendo el paso a una apreciación más serena, más reposada, que se fundamenta, mayormente, en un proceso de masticación y reflexión de eso que hemos digerido en un momento previo. Y, en el caso de esta entrega tarantiniana, con resultados no tan satisfactorios como los que ofreciera esa primera impresión: se evidencia que el poso que tan espectacular ejercicio nos termina dejando no tiene mucho recorrido más allá de las retinas que tan impresionadas han quedado con su despliegue. No se trata de que uno no encuentra la más mínima profundidad de mensaje –posiblemente, el autor no la buscaba, pero este espectador, se lo puedo asegurar, tampoco: el de bucear en las pantallas a la búsqueda del sentido último de la existencia no se cuenta entre mis deportes favoritos, aunque, a veces, incurra en la fatuidad de practicarlo-, o de que la historia se presenta tremendamente deshilachada, con un sinfín de puntos desabrochados por los que se pierde la continuidad y la coherencia de la trama, carente de explicaciones para muchas de las dudas que se nos suscitan conforme la misma se va desarrollando –supongo que ésa es una falla que se soluciona (y supongo porque aún no he tenido ocasión de verla) en la segunda entrega de la saga-. No, no es eso, o no es sólo eso, sino que se trata de algo más intangible, más difícil de definir: una cierta sensación de vacío, de que lo que uno ha visto es un impresionante trampantojo tras el cual sólo hay palitroques de un armazón muy poco consistente. Es mi impresión, vaya... En fin, como habrán podido comprobar los que hasta aquí hayan llegado (les felicito: no deja de tener su mérito –o de ser una demostración inmerecida de cariño personal-), en esta reseña no se han encontrado con un aluvión de referencias relativas a los precedentes, antecedentes y fuentes del producto reseñado: numerosos (y excelentes, algunos de ellos) son los artículos que podrán encontrar en la red que, dedicados a glosar este film, contienen volúmenes enciclópedicos de información de ese tenor. Me limitaré, para cerrar, a decirles que, aun con esas limitaciones apuntadas, Kill Bill volumen 1 me parece una excelente propuesta de lo que es: cine de entretenimiento, puro y duro cine de entretenimiento de una magnífica factura técnica. En los tiempos que corren, no es poco, amigos lectores, no es poco... Artículos anteriores en Mayo del 2006
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